Safranski, Rüdiger. 2018. Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Tusquets Editores: 69-71.
A primera vista parece que en Fichte se trata solamente de la solución de un problema inmanente a la filosofía. La generación de los jóvenes idealistas, la de Fichte, Schelling, Reinhold, Schulze, ciertamente había realizado «la revolución de la manera de pensar» patrocinada por Kant, mas para ellos todavía no se había alcanzado suficientemente la fundamentación del conocimiento en el sujeto que esos autores buscaban. «La filosofía», escribe el joven Schelling el 6 de enero de 1795 a su amigo Hegel, «no está terminada todavía, Kant ha dado resultados: aún faltan las premisas.» Por tanto, todavía falta el esclarecimiento real del «punto supremo» de la filosofía, de aquel punto que pueda ser la fuente de la que proceden todas las proposiciones. Esto podría ser Dios, o bien la naturaleza, o bien, de acuerdo con la respuesta de Fichte, la estructura hecha transparente de la conciencia de sí, el «verdadero yo» del conocer, del actuar, del creer y del esperar. Pero ¿no había aportado ya Kant lo necesario para ello con el descubrimiento de las intuiciones de la sensibilidad y las categorías del entendimiento cognoscente, a saber, espacio, tiempo, causalidad, etcétera, y con el imperativo moral de la razón práctica? ¿No había expuesto que de la conciencia de sí no puede extraerse nada más, puesto que no podemos ponerla delante de nosotros como un puro objeto? En efecto, según Kant el yo que ha de conocerse es el mismo que conoce y, por tanto, se presupone siempre. Kant confiesa que no es posible salir de este círculo. Fichte replica que ciertamente no es posible salir de él, pero se puede entrar en él de otra forma, a saber, de tal manera que contra lo que teme Kant, no se termine en el yo como «una representación completamente vacía», sino en el yo como principio de lo vivo. Este «yo» que había de encontrarse con la ayuda de Fichte aparecía como algo tan vivo, que Novalis, cuando en mayo de 1797, mientras peregrinaba diariamente a Grüningen para visitar el sepulcro de la amada Sofía con el sentimiento de haberlo encontrado, escribió en su diario: «Entre la salida de casa y Grüningen tuve la alegría de encontrar el auténtico concepto del yo de Fichte». Pero sigue siendo oscuro el significado que el añadido «por el día estaba yo muy ansioso» deba tener en este contexto. Volvamos al «yo» de Fichte.
Según Fichte, Kant partió del «yo pienso» como algo ya dado; pero esto no es legítimo, pues hay que observar lo que sucede en nosotros cuando pensamos el «yo pienso». Desde su punto de vista, el yo es algo que nosotros producimos en el pensamiento, y a la vez la fuerza productora es la yoidad que está desde siempre en nosotros mismos. El yo que piensa y el pensado se mueven de hecho en un círculo, pero en todo ello se trata de comprender que está en juego un círculo activo, productivo. No es cuestión de que un yo se fundamente sólo contemplando; más bien, se produce en la reflexión, que a la vez es una actividad; él «se pone». Es decir, este yo no es un hecho, una cosa, sino un acontecimiento. El yo está en movimiento, vive, lo notamos en nosotros. Novalis que tras acabar sus estudios jurídicos, estaba de prácticas en el distrito de Tennstedt, en su análisis del pensamiento de Fichte, iniciado el año 1795, intenta resumir así este carácter activo del yo: «Me parece que lo dado al sentimiento es la acción originaria como causa y efecto». Por tanto, el sentimiento es un fenómeno que acompaña a la acción. Novalis sigue aquí la huella debida, pues de hecho Fichte se esfuerza por evitar la confusión de que este yo pueda entenderse como un objeto.