Cruz Cruz, Juan. 2014. Existencia y nihilismo en Jacobi, Autoedición: 39-41.
[La posición] antiilustrada, del «romanticismo» estrictamente dicho, ligado en sus inicios, hacia 1794, [incluye] a los hermanos Schlegel, a Tieck y Novalis –y culminada por Hoffmann, Eichendorf y Uhland– pasando por los metafísicos del idealismo alemán: Fichte, Schelling, Hegel, Schleiermacher y Schopenhauer. [Este] romanticismo no intenta oponer «exigencia» y «realidad», como hizo el Sturm und Drang [de Goethe, Herder, Schiller, Reinhold Lenz, Klinger y Hamman]; tampoco pretende conciliar ambas instancias, como hace el clasicismo [por ejemplo, el que se dio en Weimar]: realiza más bien una conexión dialéctica de idea y realidad, manteniendo a la vez la separación y la unión: «Lo que aquí nace –explica Max Wundt– es el movimiento eterno, que es lo característico sobre todo de la cosmovisión romántica. La idea no es aquí ya una forma fija que configura a lo real, dándole unidad clara, sino lo infinito, que va más allá de toda forma y disuelve cualquier figura determinada. La idea está contenida en lo real y, además, es algo por sí que lo trasciende continuamente; está unida a él y, además, siempre separada de él. Esta ambivalencia asombrosa es lo que constituye la esencia del romanticismo. Se trata de la infusión de lo infinito en lo finito, de suerte que lo finito no puede sujetar este contenido infinito, aunque es determinado por él y disuelto también por él continuamente» (Wundt, Max, Fichte-Forschungen, Stuttgart, 1929, 163).
La idea ni se opone ni se compagina con la realidad, sino que se disuelve arrastrada por el movimiento de ésta, a la cual no puede conferir ya una figura firme. El romanticismo es la dinamización de la idea, la fluidificación de ésta en el torrente del movimiento. La realidad no espera ya configuración ni desde el sujeto, como en el Sturm und Drang, ni desde las normas universales suprasubjetivas, como en el clasicismo. Tanto el sujeto como el objeto se fundamentan en el soporte del absoluto infinito, del cual son expresiones finitas. Todo ser encuentra su unidad en el absoluto ya como núcleo esencial (panteísmo), ya como fuente existencial (teísmo). La idea ha quedado disuelta en la realidad; pero ha sido a la vez mantenida, afirmada como el ave Fénix que, al renacer de sus cenizas, se eleva siempre por encima de la realidad. El mundo se muestra como un enigma irresoluble, cuyo carácter inefable escapa a la potencia del entendimiento. Por eso reclama el romanticismo otro órgano, el de la fantasía, con su acción poética fundamental (Dichtung). No una fantasía ingenua o primitiva, sino una fantasía cargada de intelectualidad o conciencia: los primeros poetas románticos –como Hölderlin, Novalis, Fr. Schlegel– eran poetas reflexivos, tanto como los filósofos. «Incluso la coetánea filosofía alemana –observa Korff– tenía, a pesar de su forma escolástica, de un modo tan acusado el carácter de producción o poetización fantástica del concepto, que parecía muy natural que desde el principio elevase la imaginación productiva a principio propiamente creador del mundo» (Korff, H.A., Das Wesen der Romantik, en Begriffsbestimmung der Romantik, Wissenschaftliche Buchgesellschaft. Darmstadt, 1972, 205).
Esta fantasía nos pone ante lo esencial, ante lo profundo de la realidad, anticipando los caminos que después tiene que recorrer el entendimiento; se trata de una facultad que no es arbitraria ni está desarraigada: no es fantastiquería. Su juego no carece de enorme responsabilidad, pues debe mantener los derechos de lo objetivo, de lo orgánico plasmado en poderes supraindividuales (lo que fue vertido por los filósofos bajo el término de «espíritu objetivo»: estado, derecho, religión, moralidad, lenguaje). El individuo, el sujeto, vendrá a ser miembro de una totalidad más amplia, en la cual adquiere sentido humano universal. La actitud espiritual romántica es organicista.