Aristóteles: la comunidad política es intrínsecíamente ética

González, Ana Marta. 2016. La articulación ética de la vida social, Comares: 7-8.

La utilidad común de la que habla Aristóteles [en Pol. III, 6, 1278 b 3] no debe interpretarse restrictivamente, como si ella fuera únicamente el medio para que cada individuo preservara su propio interés particular; como si la comunidad política no aportara bienes específicos, irreductibles a aquellos otros que se pueden realizar individualmente. Pues tal y como sigue diciendo, en un pasaje relativamente largo, que por su elocuencia me permito citar por entero, los hombres

«[…] no han formado una comunidad solo para vivir, sino para vivir bien (pues en tal caso, habría también ciudades de esclavos y de los demás animales, pero no las hay porque no participan de la felicidad ni de la vida de su elección). Tampoco se han asociado para formar una alianza de guerra para no sufrir injusticia de nadie, ni para los intercambios comerciales y la ayuda mutua, pues entonces los tirrenos y los cartagineses, y todos los que tienen contratos entre sí serían como ciudadanos de una única ciudad. Hay, en efecto, entre ellos convenios sobre las importaciones y acuerdos de no faltar a la justicia y pactos escritos de alianza. Pero ni tienen magistraturas comunes para estos asuntos, sino que son distintas en cada uno de ellos, ni tienen que preocuparse unos de cómo son los otros, ni de que ninguno de los sujetos a los tratados sea injusto ni cometa ninguna maldad, sino solo de que no se falte a la justicia en las relaciones mutuas […]» (Pol. III, 9, 1280 a 6-8 la cursiva es mía).

No basta, para que haya ciudad, con que se garanticen la supervivencia o los intereses particulares; estas cosas son posibles también allí donde falta libertad, donde es deficiente el dominio sobre los propios actos, sobre la propia vida -como ocurre con los esclavos-; asimismo, los bienes necesarios para la vida pueden alcanzarse también mediante convenios puntuales con potencias extrajeras, a los que no nos unen vínculos específicamente políticos. Pues, según Aristóteles solo puede hablarse especificamente de comunidad política entre aquellos que comparten libremente una forma de vida, y que por ello se interesan los unos por los otros, discutiendo acerca de lo justo y lo injusto, lo útil y lo nocivo.

En efecto, la comunidad política hace nacer una serie de bienes que podemos llamar «comunes», bienes a la vez de todos y de cada uno, a los que todos contribuyen y de los que todos se benefician, y que, a diferencia de los bienes simplemente materiales, no disminuyen por el hecho de verse participados. Tales bienes resultan de la misma comunicación acerca de lo justo y lo injusto y no se accede a ellos sin el desarrollo de virtudes específicas, por las que aprendemos a reconocer a los otros como iguales y desarrollamos la disposición a medir nuestros intereses con la medida de la razón. Por ello, sigue diciendo Aristóteles,

«Todos los que se preocupan por una buena legislación indagan sobre la virtud y la maldad cívicas. Así, es evidente que para la ciudad que verdaderamente sea considerada tal, y no solo de nombre, debe ser objeto de preocupación la virtud, pues si no la comunidad se reduce a una alianza militar que solo se diferencia especialmente de aquellas alianzas cuyos aliados son lejanos, y la ley resulta un convenio y, como dijo Licofrón el sofista, una garantía de los derechos de unos y otros, pero no es capaz de hacer a los ciudadanos buenos y justos» [Pol. III, 9, 1280 a 8-9].

No es posible leer hoy estas palabras sin vernos retratados en ellas, y sin advertir, a la vez, cuánto nos separa de Aristóteles (Cfr. Tessitore, Aristotle and Modern Politics, 2002). Pues él da por hecho que no puede haber comunidad política si en la misma organización social no se asume de manera expresa el carácter intrínsecamente ético de toda convivencia humana; el político, en efecto, no puede desentenderse de la virtud cívica: no puede ignorar qué acciones y prácticas hacen del hombre un buen ciudadano. Y, en la medida en que aceptamos la caracterización del hombre como un animal político, tal cuestión no puede separarse tampoco de la cuestión ética, que se interesa por qué es lo que hace de un hombre un hombre bueno.

Textos:

[Pol. III, 6, 1278 b 3]: «El hombre es por naturaleza un animal político, y, por eso, aun sin tener necesidad de ayuda recíproca, los hombres tienden a la convivencia. No obstante, también la utilidad común los une, en la medida en que a cada uno le impulsa la participación en el vivir bien. Éste es, efectivamente, el fin principal, tanto de todos en común como aisladamente. Pero también se reúnen por el mero vivir, y constituyen la comunidad política. Pues quizá en el mero hecho de vivir hay una cierta parte del bien».

Acerca de Martin Montoya

I am Professor of "Ethics", "Philosophical Anthropology", and "History of Contemporary Philosophy" at the University of Navarra, researching on practical philosophy.
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