Safranski, Rüdiger. 2018. Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Tusquets Editores: 221-222.
En 1835 aparece la Vida de Jesús, escrita por Friedrich Strauss. Apenas hubo otro libro en el siglo XIX que tuviera un éxito comparable.
Strauss, discípulo de Hegel, extrajo una consecuencia radical de su filosofía de la religión. Hegel había enseñado que la filosofía «se sitúa por encima de la forma de la fe, pero que el contenido es el mismo». Lo cual significa que la reflexión filosófica toma la religión como expresión de un espíritu que habita también dentro del hombre. Dicho de otro modo: el espíritu humano puede llegar por sí mismo a los contenidos de la religión, no necesita ninguna revelación proveniente del más allá. De este pensamiento deduce Strauss consecuencias radicales, unas consecuencias que no sacó Hegel, autor preocupado por mantener el equilibrio de los poderes existentes. Él había hablado todavía de una «autorrevelación del espíritu» en el hombre, y con ello había concedido cierto acontecer de la revelación. La cosa cambia con Strauss. Para éste no hay ninguna revelación; sólo se da, por una parte, el Jesús histórico y, por otra, el mito de Cristo, que no es sino un producto del espíritu humano, una imagen donde el hombre expresa su comprensión acerca de su naturaleza superior y de su tarea histórica. Con ayuda del método de la crítica histórica, desarrollado desde el Romanticismo, Strauss extrae de la tradición bíblica el Jesús histórico y lo contrapone al mito de Cristo. Este mito, dice, también contiene su verdad, que él entiende dentro de la línea hegeliana. Según Strauss, en Cristo se expresa la idea de la especie; el hombre puede y debe llegar a ser como Cristo. Los milagros de Cristo también han de entenderse de forma meramente simbólica, indican «que el espíritu se apodera en forma cada vez más completa de la naturaleza». El Cristo sin pecado significa para la humanidad que el «curso de su evolución es impecable, que la impureza va ligada siempre al individuo solamente, mientras que en la historia o en la especie, está superada». La muerte en la cruz es imagen de que el progreso exige entrega desinteresada y también sacrificio, y la ascensión al cielo no es más que la promesa mítica de un futuro glorioso.
De la noche a la mañana, la Vida de Jesús se convirtió en libro de cabecera de la burguesía cultivada, en la que se había afianzado la fe en su futuro terrenal. Si el libro hizo época (en pocos años se superaron con mucho los cien mil ejemplares vendidos), se debió a la unión de dos componentes, unión que era típica de ese periodo, a saber: por una parte, el espíritu del descubrimiento. Se penetra en un núcleo real, o sea, se lleva a cabo una desmitificación. Por otra parte, se descubre algo como realidad que está en el fondo, lo cual propicia el optimismo, la idea de un progreso de la humanidad. De Strauss partió aquel gran estímulo que Feuerbach revistió poco más tarde con estas palabras: los «candidatos» del más allá finalmente habrían de hacerse «estudiantes del más acá».
Nietzsche caricaturizará a Strauss, una generación más tarde, como un perverso filisteo antirromántico, y dirá de él en tono de burla que, con su entusiasmo por «los calcetines de fieltro con los que anda de puntillas», establece su morada en un mundo acerca del cual no deja de creer que está ahí por amor a él.