Ocáriz, Fernando. 2013. Sobre Dios, la Iglesia y el Mundo, Rialp: 55.
«La limitación, tanto de la inteligencia como de la voluntad, hace posible el ejercicio desviado de la libertad, en la elección del mal en cuanto bien aparente; no solo por defecto de la intelección de la verdad y del bien, sino también porque la fuerza de la libertad es tan determinante de la existencia personal, que puede condicionar a la misma inteligencia; es el famoso intelligo quia volo (entiendo porque quiero), de santo Tomás de Aquino (Quaest. disp. de malo, q. VI, art. único). Sanada y elevada por la gracia y las virtudes sobrenaturales, la libertad humana es la libertad de los hijos de Dios, a la que se refiere reiteradamente san Pablo en la epístola a los gálatas (cfr. Gal 4, 1.5.21-31; 5,13). En este contexto, las palabras de Cristo «conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32) no se refieren a un simple conocimiento intelectual, ni a una verdad concebida como simple objeto del conocimiento: esa verdad que libera -con la libertad de los hijos de Dios- es radicalmente el mismo Cristo (cfr. Jn 14,6), y ese conocer incluye el amor; es la «fe que obra mediante la caridad» (Gal 5,6)».