Guardini, Romano. 1982. El poder. Un intento de orientación, Ediciones Cristiandad: 21-24.
Hay todavía otro elemento que define el poder: su carácter universal. El hecho de que el hombre tenga poder y que al ejercerlo experimente una satisfacción especial no es algo que se dé sólo en un ámbito aislado de la existencia, sino que se vincula -o puede, cuando menos, vincularse- con todas las actividades y circunstancias del hombre, incluso con aquellas que en el primer momento parecen no tener relación alguna con este carácter del poder.
Es manifiesto que toda acción, toda creación, toda posesión y todo goce producen inmediatamente el sentimiento de tener poder. Lo mismo ocurre con todos los actos vitales. Toda actividad en la que repercuta directamente la fuerza vital representa un ejercicio de poder y es experimentada como tal. También podemos afirmar esto mismo con respecto al conocimiento. En sí mismo, el conocimiento significa la penetración intuitiva e intelectiva de lo que es, pero el que conoce experimenta en ello la fuerza que produce esa penetración. El que conoce experimenta cómo se «apodera de la verdad», y esto se transforma a su vez en el sentimiento de «ser dueño de la verdad». Aquí se advierte ante todo el orgullo del que conoce, orgullo que puede crecer tanto más cuanto más alejado parezca estar de la inmediata praxis del objeto conocido. Piénsese en la frase de Nietzsche acerca de «el orgullo de los filósofos». La sumisión a la verdad se transforma aquí en un sentimiento de dominio sobre ella, en una especie de legislación espiritual. Pero la conciencia de poder producida por el conocimiento encuentra también una expresión que actúa de manera directa; esto ocurre cuando se transforma en magia. Tanto los mitos como las leyendas nos hablan del saber que da poder. El que conoce el nombre de una cosa o de una persona tiene poder sobre ella. Piénsese en todo lo que significan el encantamiento, los conjuros, las maldiciones. En un sentido más hondo, el saber que da poder es un saber acerca de la esencia del universo, del misterio del destino, del curso de las cosas humanas y divinas. Es aquel saber por medio del cual son dueños del mundo los dioses que lo gobiernan, saber que, en el relato de la tentación del Génesis, introduce Satán en las palabras de Dios, para confundir el verdadero sentido del conocimiento del bien y del mal. En las leyendas es siempre un vocablo determinado el que vence al dragón, descubre el tesoro escondido, libra al hombre sometido a un encantamiento, etc.
El sentimiento de poder puede ir unido incluso con situaciones que parecen estar en contradicción con él, como las del sufrimiento, la privación, la inferioridad. Así, por ejemplo, el que sufre tiene conciencia de que, mediante su dolor, adquiere una visión de la vida más profunda que la que posee el que está sano; por su parte, el que fracasa se dice a sí mismo que ello ocurre porque él es más noble que los que triunfan.
Incluso el tan doloroso sentimiento de la inferioridad se encuentra siempre ligado a un complejo de superioridad, más o menos disimulado, aunque solo sea porque la persona en cuestión se siente a sí misma incapaz de estar a la altura de las elevadas normas que se han impuesto.
Todo acto, todo estado, e incluso el simple hecho de vivir, de existir, está directa o indirectamente unido con la conciencia del ejercicio y del goce del poder. en su forma positiva, este ejercicio y este goce suscitan la conciencia de disponer de sí mismo y de tener fuerzas; en su forma negativa se convierten en soberbia, orgullo, vanidad.
Así, pues, la conciencia del poder tiene un carácter completamente universal, ontológico. Es una expresión inmediata de la existencia, y esta expresión puede adoptar un carácter positivo o negativo, verdadero o aparente, justo o injusto.
Es así como el fenómeno del poder nos lleva al terreno metafísico o, dicho con mayor exactitud, al terreno religioso.