Rodriguez Luño, Ángel. 2015. La difamación, Rialp: 25-26.
Lo verdadero y lo falso, aun siendo coordenadas de importancia fundamental, no definen suficientemente la ética del lenguaje. Esta no distingue solo la palabra verdadera de la mentirosa, sino también la palabra que da vida y la palabra que causa la muerte, la palabra que une y la palabra que divide, la palabra que ayuda y la palabra que hace sufrir, la palabra que respeta la dignidad del otro y la palabra que la ofende, la palabra que hace bien y la palabra que perjudica.
Y así llegamos a considerar la intención que inspira el lenguaje [37]. El lenguaje debe expresar la verdad, porque la falsedad ni ayuda ni puede fundar la comunión. Pero a veces la verdad puede ser dicha para perjudicar, para dividir, para impedir la cooperación y la comunión. Y eso no es moralmente aceptable.
Puede ser que el sincero propósito de proteger la dignidad propia o de otro, o el de defender un bien social nos obliguen a emplear un lenguaje que inevitablemente, y no por propia culpa, perjudicará a otros. Surge entonces la exigencia de valorar con atención y gran equilibrio todos los bienes en juego, para determinar la línea de conducta que puede hacer justicia a cuantos están implicados.
[37]: En este sentido afirma Sto. Tomás de Aquino que «los pecados de la lengua se juzgan especialmente por las intenciones» (S. Th. II-II, q.73, a.2, c.)