Spaemann, Robert. 2005. Ética: cuestiones fundamentales, Eunsa: 15-16
Se dice que lo moral no necesita de explicaciones. Si esto es así, sobra cualquier palabra sobre este asunto. Lo que es evidente no puede explicarse por algo distinto que sea más claro, y tampoco por analogías sacadas del reino animal. A fin de cuentas nosotros comprendemos a los gansos grises solamente porque nos conocemos a nosotros mismos, y no al revés. Lo evidente se puede solamente mostrar, pero, propiamente, no se puede hablar de ello. Por eso dice Ludwig Wittgenstein: “Es claro que la Ética no se puede explicar”. Ya Platón sabía que “con palabras académicas” no se puede decir qué significa la palabra “bueno”. “Solo tras una más frecuente conversación familiar sobre este asunto, o a partir de una cordial convivencia, brota de repente en el alma aquella idea, a la manera como el fuego se enciende a partir de una chispa y luego se extiende más lejos” (Carta 7). Si, no obstante, hay que hablar siempre, una y otra vez, de lo evidente, se debe tan solo a que es objeto de continua discusión. En realidad, lo evidente no aparece en estado puro. Ningún ethos real, con validez en una sociedad, es evidente a secas, ya que acarrea consigo ciertos rasgos de ignorancia, opresión y apremio. Frente a todo ethos dominante cabe la posibilidad de hacerlo pasar por el ethos de los que dominan, de hacer pasar el mal uso de la palabra “bueno” por el suyo propio, y lo evidente por una falsa evidencia. Fácilmente se puede hacer ver que esto es falso. Pero para demostrarlo no hay más remedio que hablar sobre lo evidente.