Mac Cumhaill, Clare, y Wiseman, Rachael. 2024. Animales metafísicos, Anagrama: 256-257.
Tal vez Philippa [Foot] empezara así: «No sería una exageración decir que toda la filosofía moral, tal como se enseña extensamente ahora, se basa en un contraste entre afirmaciones de hecho y valoraciones». (Así empezó su charla «Creencias morales» en 1958, que desarrolló a partir de esa conversación.)[1] Para Freddie Ayer, las valoraciones expresan emociones (¡Buuuuh! Boo! ¡Hurra!); para Richard Hare son prescripciones (¡No lo hagas! ¡Hazlo!). Sin embargo, si aceptamos esa diferencia, sobre la que descansaría la filosofía moral contemporánea, dos personas pueden dar valoraciones opuestas de los mismos hechos que sin equivocarse, algo que, como Philippa había comprendido, nos impide decirle a un nazi: «Pero usted estaba equivocado, nosotros no».
En 1948, aunque todavía no estaba en condiciones de derrotar al subjetivista moral, Philippa empezaba a ver que el contraste del que surgía esa filosofía no era en absoluto realista. Hay tantas cosas en nuestro lenguaje, señaló, que son a la vez valorativas y descriptivas… «Por ejemplo, la palabra “grosero”», dijo. Llamar a alguien «grosero» equivale a expresar desaprobación; si digo «Apoyar la cabeza en la mesa es una grosería», estoy diciendo que no debería hacerse (aquí, quizá, una mirada rápida a Iris). Así pues, decir que algo es «grosero» conlleva, sin duda alguna, una valoración. «Pero -prosigue- el significado de “grosero” está conectado con la afirmación factual en que se basa. No puedo llamar “grosería” al hecho de acercarse despacio a la puerta de una casa o sentarse en una pila de heno»[2]. Si pruebo, lo que diga no tendrá sentido y, para que la valoración tenga sentido, tendría que establecer yo una conexión entre los hechos y la valoración señalando algunas condiciones ofensivas que todos reconocemos. Cuando, en el Old Hall de Kirkleatham, Iris hizo a un lado su plato y apoyó la cabeza en la mesa de Esther Bosanquet, la madre de Philippa se sintió ofendida. Aunque puede haber casos en los que no estemos de acuerdo respecto de lo que es y lo que no es ofensivo, las ocasiones para ofender -como las ocasiones para sufrir- forman parte de una pauta del entramado de la vida: un invitado a cenar es agradecido (aunque le sirvan unos espaguetis incomibles), permanece atento (a pesar de que la conversación no sea interesante), se mantiene bien recto en su silla (aunque esté agotado). Lo que Philippa quiere decir es una extensión sencilla y elegante del punto de vista de Wittgenstein: nuestro lenguaje valorativo no se aleja del mundo dejando atrás una escena desnuda y sin valor que podríamos llamar «realidad» o «naturaleza». Antes bien, una descripción valorativa solo se comprende si se localiza dentro de una pauta de la vida humana[3].
La manera en que Philippa volvió a conectar valores y hechos atrajo el interés de todos y a la charla siguió una animada discusión[4]. No sabemos con precisión qué se dijo, pero podemos imaginar que la camarera escuchó sin querer la conversación cuando la mujer más alta del grupo se inclinaba hacia adelante y se ajustaba las gafas redondas en la nariz: «El significado de “ofensivo” no se encuentra únicamente en el diccionario, sino también en la vida humana: dar un significado sería describir no solo las reglas de la etiqueta y la ofensa, sino también la vida social de los animales humanos, el modo en que se establece y se sostiene la jerarquía, la manera en que las relaciones se construyen y se desintegran». También Mary intercala lecciones de Wittgenstein: «El lenguaje tiene que estar arraigado en las complejidades de la vida real y no ha de imponerse en ella desde fuera como un cálculo derivado de axiomas». A continuación, la voz asombrosamente bella de la mujer que vestía pantalones y fumaba un cigarrillo tras otro: «Supongamos que digo: “¡Comerse una galleta es una grosería!” ¡Qué desconcertante! Pero si completamos el fondo y vemos a un ateo que hace una genuflexión y se dispone a recibir la hostia, se ve enseguida por qué es ofensivo. La dimensión ética del juicio se ve cuando el fondo establece una conexión con algo que es de gran importancia en la vida humana; en concreto, una relación con lo divino».
[1] En esta escena, las palabras de Philippa se han tomado y adaptado ligeramente de sus artículos publicados. Véase Philippa Foot, «Moral Beliefs», Proceedings of the Aristotelian Society 59 (1958), pp. 83-104, en p. 83.
[2] Véase Philippa Foot, «Moral Arguments», Mind 67, n.º 268 (1958), pp. 502-513, en p. 508.
[3] Ibid.
[4] Midgley, The Owl of Minerva: A Memoir, p. 115.



