Mac Cumhaill, Clare, y Wiseman, Rachael. 2024. Animales metafísicos, Anagrama: 78-81.
Fue Gilbert Ryle quien, en 1933, envió a Freddie Ayer, su joven alumno particular, primero a Cambridge (donde conoció a Stebbing y a Wittgenstein) y luego a pasar unos meses en Viena. Lo acompañó su esposa, Renée Orde-Lees. Joven sumamente culta (expulsada de un convento) con un elegante corte de pelo a lo paje, patucos y un gato persa al que llevaba con correa, «se diferenciaba de las mujeres de Oxford y de los hombres de Oxford por igual»[1]. Se daba por sentado que por la noche los hombres debían acompañar a casa a las mujeres (en los colegios universitarios masculinos, el toque de queda empezaba más tarde que en los femeninos), pero Renée llevaba a Freddie en motocicleta mientras él iba leyendo y escribiendo en el sidecar[2].
Mientras ella iba de cine en cine y a las salas de baile y museos de la capital austriaca, Freddie asistía a las reuniones del Círculo de Viena, centrando esos días en la exégesis del Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein[3]. «Cuanto puede siquiera ser pensado, puede ser pensado claramente. Cuanto puede expresarse, puede expresarse claramente -escribe Wittgenstein-. Lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar»[4]. «Aquí a Wittgenstein lo tratan como a un segundo Pitágoras -escribió Freddie Ayer a Ryle- y Waismann es el sumo sacerdote de este culto»[5]. Freddie no entendía gran parte de lo que se decía -su alemán era demasiado pobre para procesar el flujo del discurso-, pero no tardó en convencerse de que sabía todo lo que había que saber. «En general, he sacado muy poco en limpio de todos ellos -escribió-. Creo que con tu ayuda ya tengo de Wittgenstein todo lo que tiene que ofrecernos y esa es la actitud correcta para con la filosofía, la apreciación de lo que es y de lo que no es un verdadero problema filosófico»[6].
Las dos ideas que Ayer había extraído de Ryle y de las conversaciones de Viena entendidas a medias fueron las del análisis lógico y el empirismo: las proposiciones cotidianas se podían formalizar y aclarar empleando la nueva simbólica y después someterlas a prueba una a una apelando a la experiencia. Cualquier proposición que no concuerde con ese análisis y ese método de prueba no expresa un pensamiento. Entusiasmado con los nuevos métodos de la lógica, Ayer propuso que el análisis procediera hasta alcanzar una descripción en «contenidos de sentido»: «La frase: “Ahora estoy sentado delante de una mesa” puede, en principio, traducirse en una que no mencione ninguna mesa, sino únicamente contenidos de sentido»[7]. Así pues, la lógica moderna llevó a Ayer a defender una versión lingüística de una corriente antigua conocida como fenomenalismo; decir algo sobre mesas es, de hecho, decir algo sobre experiencias sensoriales. Un análisis de «ahora estoy sentado delante de una mesa» no compromete al filósofo alerta a admitir la existencia de mesas: «Las mesas son construcciones lógicas hechas de contenidos de sentido»[8].
Al volver a Inglaterra, Ayer se encerró en una habitación situada encima de una expendeduría de tabaco en Foubert Place (Soho), se puso a trabajar encorvado sobre la máquina de escribir y vio que la síntesis Viena-Cambridge podía emplearse de un modo muy distinto al que utilizaba Stebbing; así, se decidió a valerse del poder destructivo de dicha síntesis para lanzar «una campaña» contra sus convencionales profesores, los viejos victorianos[9]. ¡El organicismo esotérico de los idealistas ya no volvería a utilizarse para limitar la individualidad con su insistencia en que cada persona debe subsumirse dentro del conjunto! ¡Por fin el joven podía liberarse de las exigencias del deber que imponían los realistas! Y transformó el denso y sutil texto del Tractatus en un manifiesto contra las teorías metafísicas especulativas (de las idealistas tanto como de las realistas).
Los primeros en caer bajo las teclas de la máquina de escribir de Ayer fueron los idealistas. ¿Cuáles eran las posibles observaciones que podían verificar proposiciones como «El Absoluto está involucrado en la evolución y el progreso, pero es en sí incapaz de ellos»[10]? ¡Ninguna! La proposición no tiene sentido y quienes la expresan solo dicen un disparate. Así acabaron en la papelera varios siglos de especulación metafísica sobre la naturaleza del universo. Después cayeron los realistas y su afirmación de que las sentencias morales, de las que se decían que se conocían por la intuición, tenían sentido. ¿Qué observación podía verificar una proposición como «Uno debería ayudar a sus vecinos»?
En la visión de la filosofía de Ayer, lo que quedaba era una técnica. Los filósofos analizan proposiciones y los científicos las verifican. Adiós, pues, a la visión de la lógica moderna de Stebbing y Moore como fuente de comprensión metafísica. Adiós también a la convicción de Stebbing en el sentido de que una opinión pública educada en el análisis lingüístico estaría mejor preparada para defenderse contra la propaganda y para comprender su entorno. Freddie Ayer redirigió hacia un nuevo fin los métodos del análisis y lo hizo de manera tal que el mundo cotidiano se volvía extraño e inescrutable. La nueva lógica, con su repertorio de dispositivos, podía emplearse para construir modelos desconocidos del mundo cuya estructura se descubriría mediante el manejo y el movimiento de un calculus. Unos símbolos nuevos que no se encontraban entre las teclas de la máquina de escribir de Ayer empezaron a moverse según las leyes de la lógica: Ǝx [(Kx & ꓯy (Ky → y=x))] & Bx[11]. Lo que no puede expresarse en el sistema se declara un «sinsentido», igual que lo que no puede verificarse mediante la observación.
Al final, solo los poetas se salvaron de la masacre de Ayer, que los perdonó aduciendo que, a diferencia de los metafísicos, no se presentan como poseedores de la verdad ni del conocimiento[12]. Los poetas dicen sinsentidos conscientemente.
[1] Rogers, A. J. Ayer, p. 55. [Rogers, Ben. A. J. Ayer: A Life, Grove Press, Nueva York, 1999].
[2] Alfred Jules Ayer, A Part of My Life: The Momoirs of a Philosopher, Oxford University Press, Oxford, 1978, p. 122.
[3] Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, Routledge, Londres, 1921. Publicado por primera vez en alemán en 1921 y, en 1922, en trad. inglesa de Charles Kay Ogden y Frank Plumpton Ramsey.
[4] Ibid. §4.116 y 7.
[5] Carta de A. J. Ayer a Ryle, 9 de febrero de 1933, Gilbert Ryle Collection, Linacre College, Universidad de Oxford.
[6] Ibid.
[7] Ayer, Language, Truth and Logic, p. 86. [Ayer, Alfred Jules. Language, Truth and Logic. Harmondsworth, Penguin Books, 1936/1972. (Traducción española: Lenguaje, verdad y lógica, trad. de Marcial Suárez, Martínez Roca, Barcelona, 1971)].
[8] Ibid., p. 85.
[9] Ayer, A Part of My Life, p. 144.
[10] Ayer, Language, Truth and Logic, p. 49. (Ayer tomó esta proposición de Appearance and Reality: A Metaphysical Essay, de Francis Herbert Bradley, Swan Sonnenschein, Londres, 1908, 2ª ed.).
[11] Veáse Bertrand Russell, «On Denoting», Mind 14, nº 56 (1905), pp. 479-493.
[12] Ayer, Language, Truth and Logic, p. 60.



