Vocación: no estamos programados por Dios

Ocáriz, Fernando. 2013. Sobre Dios, la Iglesia y el Mundo, Rialp: 122-124.

«Hay un plan de Dios para cada uno; pero no estamos «programados»: sería rebajar a Dios a nuestra pobre altura. Nosotros solo podemos programar cosas sin albedrío, y no siempre nos sale bien; Dios, en cambio, es capaz de impulsar nuestra libertad sin violentarla. Dios gobierna la historia humana hasta en los menores detalles; pero la historia depende tambien de la libertad humana. Esto no es una limitación al poder de Dios, pues Él es el creador de nuetra libertad; más bien manifiesta su infinita sabiduría y omnipotencia, que cumple sus planes no a pesar de la libertad humana, sino contando con ella. El futuro está realmente abierto a la acción de nuestra libertad.

También en la vocación personal, el plan de Dios para cada uno, cuenta con nuestra libertad. Cada uno tiene que descubrirlo poniendo en juego sus recursos propios. Dios no se impone: da unas pistas, insinúa un camino, hace una invitación. Y cuando Dios concreta la llamada de un modo que comporta una peculiar entrega a su servicio y al servicio de la Iglesia, esa peculiar vocación, salvo en casos muy excepcionales, no se manifiesta con evidencia, sino como una posibilidad actual que se presenta a través de señales normales (circunstancias, sugerencias de otras personas, etc., que conducen, o a veces sigue, a una cierta inquietud de amor a Dios, de atracción por un determinado camino espiritual y apostólico). Es lógico pensar que Dios no se manifiesta con completa evidencia por amor a nuestra libertad. La respuesta humana a la vocación no se reduce a la simple aceptación de un designio divino que se presente de modo siempre inequívoco y evidente; pienso que la libre respuesta a la vocación es en cierto modo constitutiva de la vocación misma. Entra aquí el misterio de la relación entre nuestra temporalidad y la eternidad de Dios.

En cualquier caso, la llamada no supone que en cada momento uno tenga que hacer una cosa determinada. Más bien implica que ha de hacer todo, cualquier cosa que decida, por amor a Dios y a las demás personas humanas, con un deseo de responder, aplicando su inventiva, a la vocación de buscar la santidad. Eso hace el cristiano que se comporta de modo coherente con su fe, aunque a veces cometa errores, como cualquier persona. No se puede ser discípulo de Jesucristo por horas; la vocación cristiana afecta a todas las dimensiones de la existencia, y así unifica las diversas acciones que uno vaya decidiendo en ejercicio de su libertad. Esta coherencia es la «unidad de vida» que san Josemaría predicaba con tanta insistencia».

Acerca de Martin Montoya

I am Professor of "Ethics", "Philosophical Anthropology", and "History of Contemporary Philosophy" at the University of Navarra, researching on practical philosophy.
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