Alfred J. Ayer en los inicios del emotivismo

Mac Cumhaill, Clare, y Wiseman, Rachael. 2024. Animales metafísicos, Anagrama: 81-82.

El criterio de verificación de Ayer tuvo «un violento impacto en la ética», escribió Iris [Murdoch] más tarde[1]. Combinando los métodos del Círculo de Viena con la tradición empirista británica, Ayer había creado una poción letal que Mary [Midgley] calificó de «herbicida en estado puro»[2]. En el siglo XVIII, David Hume se había valido del método empirista de la refutación para deducir juicios de valor a partir de constataciones de hechos y así criticar la represiva moral cristiana de la Iglesia calvinista de Escocia[3]. El suyo fue un ataque calculado al dogma y a las patrañas, así como una negativa a aceptar que a partir de cómo son las cosas podía derivarse cómo deberían cómo deberían ser; en cambio, el de Ayer fue un ataque indiscriminado a la idea misma de filosofía moral[4].

Aunque los idealistas y los realistas no pensaban lo mismo en lo tocante a la estructura de la realidad, nunca dudaron de que juicios morales como «La amistad es buena» o «Robar está mal» tenían sentido. Nunca dudaron tampoco de que los seres humanos están dotados de una capacidad para descubrir la verdad moral ni de que tal descubrimiento tiene una gran importancia para la vida humana. Coincidían en afirmar que en la realidad había algo más. Algo que los científicos naturales no podían medir ni observar. De pronto, Ayer declaraba que hablar de bien o de mal, de lo bueno y lo malo, de justicia y verdad, no podía traducirse al lenguaje de las ciencias empíricas; ese discurso no tenía sentido. No hay nada profundo, trascendente o valioso que descubrir. No hay nada que pueda definirse como la tarea minuciosa e ininterrumpida de contemplar nuestro propósito y nuestros deberes, la tarea a la que se dedica la filosofía, y de intentar vivir conforme a lo que descubramos. Las «propiedades no naturales» de Moore y las «intuiciones» de Ross y Prichard eran tan absurdas como el Absoluto de los idealistas. La versión de Ayer del «subjetivismo moral» -la visión filosófica de que la moral no es objetiva- sostenía que los llamados «juicios» morales no son sino expresiones de preferencia personal, poco más que manifestaciones de emoción, como animar o abuchear. En consecuencia, la tarea de la filosofía moral debe circunscribirse estrictamente si los filósofos no quieren caer en la trampa de hablar por hablar o abochornar a sus lectores con estallidos emocionales. «Por tanto, un tratado de ética estrictamente filosófico -prescribió Freddie Ayer, encerrado en su habitación y aporreando el teclado solo con los índices-[5], no debería contener pronunciamientos éticos»[6]. El mundo trascendente y misterioso que suscita la duda y la desesperación, la poesía y el arte, acababa aniquilado con una pomposa declaración mal mecanografiada.

Lenguaje, verdad y lógica, de Ayer, era una bomba de nueve chelines. «¿Y qué viene después?», preguntó un amigo. «No hay después -contestó Freddie-. La filosofía ha llegado a su fin. Punto»[7].


[1] Iris Murdoch, «Metaphysics and Ethics» (1957), en Iris Murdoch, Existentialists and Mystics: Writtings on Philosophy and Literature, ed. P.  J. Conradi, Londres, Chatto & Windus, 1997), pp. 99-123, p. 60.

[2] Midgley, The Owl of Minerva: A Memoir, Routlege, Londres, 2005, p. 181.

[3] Mary Midgley, The Myths We Live By, Routledge, Londres, 2011, p. 59.

[4] Henry H. Price, Hume’s Theory of the External World, p. 8.

[5] Ayer, A Part of My Life, p. 154.

[6] Ayer, Language, Truth and Logic, p. 137.

[7] Rogers, A. J. Ayer, p. 55.

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About Martin Montoya

I am Professor of Ethics, Philosophical Anthropology, and History of Contemporary Philosophy at the University of Navarra, researching on practical philosophy.
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