Köhler, Andrea. 2018. El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera, Libros del Asteroide, Un miedo genuino: ¿Dónde estás? Sobre la ausencia.
Esperamos con el corazón tiritando, o ardiendo de deseo. Pero qué sea eso que duele, calienta el ánimo o nos llena de escarcha, es más difícil de aprehender. Porque la espera es algo imaginario y concreto a la vez: una visión de algo potencialmente real que se oculta.
Si se trata de la persona amada, la espera es afán que crece hasta volverse anhelo, o incluso delirio. Pues en el amor la espera desencadena una dinámica que penetra hasta lo más profundo de la existencia. Evoca la despedida, una despedida que ya hemos vivido y viviremos. «La cuna se mece sobre el abismo», y el que espera advierte en alguna medida ese abismo. «La fatal identidad del que ama no es más que “yo soy el que espera”», escribe Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, ese alfabeto erótico en el que esperar y amar se convierten casi en sinónimos. El que ama no puede permitirse nunca llegar tarde. El anhelo se presenta indefectiblemente. Es hermano del miedo.
«¿Estoy enamorado? Sí, porque espero. Él, el Otro, no espera nunca. A veces quiero jugar a ser el que no espera; intento ocuparme de otras cosas, llegar tarde; pero en ese juego siempre pierdo, haga lo que haga, me encuentro ocioso, llego puntual, o incluso demasiado pronto.»
Y así, el que ama muestra su debilidad siendo puntual. Si resulta que el otro también llega tarde, entonces se definen los papeles —al menos para ese instante—: el que espera es el que más ama. La ausencia del otro convierte a aquel que espera en el condenado a quedarse. «El otro se encuentra en un estado de partida constante, en el estado del viaje; es el que migra, huye, siempre en pos de su determinación; yo, el que ama, soy el sedentario, según mi determinación, inmóvil, disponible, expectante, atado a este lugar, un paquete olvidado en un rincón de la estación abandonada.» El que espera siempre baraja inconscientemente la posibilidad de ser abandonado. Porque la espera del que ama está vinculada con la escena original de la sobrecogedora ausencia de la madre. Solo un momento separa el tiempo en el que el pequeño considera a la madre ausente del instante en el que la cree muerta. Cada espera de la persona amada toca lejanamente esa experiencia y es memoria subcutánea de ella. Así, sobre la espera pesa la maldición de una amenaza que procede de la infancia.