Recuperar la armonía de las dimensiones del pensamiento humano

El hombre es un ser que, por medio del pensamiento, articula su vida en pasado, presente y futuro, y no puede prescindir de esta articulación para vivir. En cuanto pasado-presente conoce los acontecimientos del pasado en el presente, porque posee memoria. Observa, junto con sus semejantes, sus recuerdos en el presente y capta aquello que es inmutable en el tiempo, lo que persiste en esos instantes que transcurrieron, aquello que dejaron los hechos contingentes: el pensamiento. El mundo cambia continuamente y el hombre sigue pensando. Su pensamiento le da un indicio de lo que puede ser inmutable en su naturaleza, percibe en su vida el cambio pero también que algo en él permanece. En cuanto presente-futuro el hombre proyecta su actuar y utiliza sus facultades. La razón hace uso de la imaginación y de la experiencia acumulada en su memoria. El pensamiento se vuelve creativo. Es capaz de actuar en vista a una finalidad y la persigue con talento artístico. Solo así puede vivir.

El hombre es necesidad y contingencia, estabilidad y movimiento, y para vivir debe aprender a combinar estos elementos. Por eso la filosofía integra la totalidad de la vida humana: el pasado, el presente y el futuro, porque solo de esta manera puede empezar a abordar la totalidad de la naturaleza humana, su verdad y la verdad a la que tiende. Pero ¿qué sucede cuando los esquemas de la filosofía marcan una estructura tan rígida que sólo se encarga del pensamiento en presente?

Parménides consigue fundar la ontología afirmando la realidad del ser que puede ser pensado. Ha dado un paso gigante en la historia de la filosofía haciendo irrumpir en ella el primer trascendental, pero fue más allá: solo el ser podía ser pensado y abarcaba la totalidad de lo pensado, identificó el pensamiento con el ser y con ello eliminó el cambio. Sin movimiento la vida empieza a perder sentido. La dimensión teórica de la razón avasalla totalmente a la práctica y se marca el final de la importancia de la vida ordinaria, de la moral y del uso de las facultades del hombre. Su separación radical hace que la verdad entendida como teórica contemplación, se haga absoluta, y convierte la vida práctica en el dominio de la irracionalidad, porque ahí no se encuentra la verdad. Se ha separado verdad y realidad, y el fin de la vida del hombre se convierte en dominio. Las palabras solo tienen utilidad para convencer porque se han separado de la verdad. Es el inicio de una época de escepticismo, el paso de la sofística. Solo la aparición de Sócrates permitirá la vuelta a la pregunta sobre la totalidad de la verdad: su ironía y su actitud ante los sofistas lleva a preguntarse sobre la vida práctica.

Sin pretender buscar un determinismo, observamos la misma dinámica en la filosofía analítica. Nos encontramos a principios del siglo XX con Gottlob Frege que, criticando el psicologismo y su explicación del pensamiento por medio de procesos psíquicos individuales y contingentes, busca en la lógica los procesos necesarios que conectan el lenguaje y la razón. El método que nos lega es el análisis, ya que para él es preciso determinar la estructura lógica del lenguaje, que nos remitirá inmediatamente a lo importante: la estructura del pensamiento. Las proposiciones de las ciencias tendrían de esta manera la claridad de las matemáticas. Así la verdad es necesaria y se manifiesta en la lógica. Como Parménides con sus predecesores, Frege nos ha rescatado de las explicaciones indeterminadas de la materia, pero –tal vez sin quererlo- abrió la puerta para otras interpretaciones que restringen el pensamiento a un esquema que solo puede actuar en presente: la lógica.

El interés fregeano por el análisis del lenguaje y su conexión necesaria con la lógica alcanza, en el positivismo lógico del Círculo de Viena, la pesadez del esquema rígido: el lenguaje científico evidencia la estructura lógica del pensamiento y de esta manera se solucionan los problemas filosóficos que durante siglos no ha resuelto esta ciencia, confundida por el lenguaje común y ordinario. La filosofía ya no puede versar sobre la vida del hombre en pasado, presente y futuro, sobre la realidad de su vida, sino que se ha vuelto a absolutizar un esquema: pensamiento equivale a lenguaje científico. Y este lenguaje científico está alejado de la pragmática de otras ciencias, porque es un lenguaje lógico, una abstracción detenida en el tiempo.

Así como después de Parménides se perdió el interés por la búsqueda de la verdad en la praxis, con el empirismo lógico y su identificación de pensamiento y lenguaje científico, se perdió el interés por la praxis del lenguaje común y ordinario, que enriquece la sociedad humana, le permite comunicarse y desarrollarse en su existencia. Fue una etapa de la filosofía analítica en que perdía su vitalidad a medida que se evidenciaba su incapacidad de movimiento intrínseco. Al estancarse el positivismo lógico se abrió paso a una nueva época de escepticismo. Solo la recuperación de la interrelación con las demás ciencias, y de las dimensiones metafísica y pragmática del lenguaje, la rescatarán como filosofía. Fue el camino recorrido por la tradición británica para llegar a una armonía entre las dimensiones del hombre y su pensamiento.

Acerca de Martin Montoya

I am Professor of "Ethics", "Philosophical Anthropology", and "History of Contemporary Philosophy" at the University of Navarra, researching on practical philosophy.
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