Cuando la pequeña Alicia, en los célebres cuentos de Lewis Carroll, se introducía en el extraño mundo del País de las Maravillas persiguiendo al conejo blanco, no sospechaba que le sería tan complicado entenderse con los habitantes de ese lugar. Los términos eran los mismos, y el dialogo comprensible, pero veía que muchas veces el sentido de las palabras era distinto. Le sucedió con Humpty-Dumpty, la Reina roja y el gato risueño de Cheshire. Pero es a lo largo de aquel fantástico pasaje de “Una merienda de locos”, con la Liebre de Marzo y el Sombrerero, cuando Alicia queda más sorprendida que nunca. Ella, curiosa, había estado mirando el reloj del Sombrerero por encima del hombro de la Liebre, cuando de pronto dijo: “¡Qué reloj más raro, en vez de las horas del día marca los días del mes!”. A lo que el Sombrerero, malhumorado, masculló: “¡Y por qué no habría de hacerlo! ¿Acaso tu reloj señala los años?”. Ante esta contestación la niña no se dejó apabullar y respondió amablemente: “¡Claro que no! Pero eso es porque se está tanto tiempo dentro del mismo año”. “Que es precisamente lo que le pasa al mío”, dijo finalmente el Sombrerero. Alicia quedó muy desconcertada: “lo que acababa de decir el Sombrerero no parecía tener ningún sentido, y, sin embargo no se podía decir que no fuera perfecto castellano”. ¿Se puede indicar que el reloj del Sombrerero no medía el tiempo? ¿Por qué a Alicia le parece que lo que ha escuchado no tiene sentido? No se puede decir sin falsedad que el tan controvertido aparato no midiese el tiempo, sin embargo podemos indicar con verdad que no era preciso. Lo que acaba de escuchar Alicia no tiene sentido, porque para ella el tiempo es: segundos, minutos y horas.
En el marco del pensamiento de Bertrand Russell, podemos decir: Alicia, cuando habla del tiempo, usa el lenguaje ordinario, que posee vaguedad, pero que en relación al lenguaje del Sombrerero es más exacto. En la conversación de estos dos personajes, la mayor o menor vaguedad de las frases que utilizan se debe al lenguaje que los relaciona con la realidad: Alicia tiene un reloj que mide las horas del día, y esto para ella tiene sentido; el reloj del Sombrerero mide los días del mes, y para él no cabe duda que también posee sentido. El lenguaje de Alicia es más preciso porque su reloj analiza la realidad de una manera más cercana que el reloj del Sombrerero, ya que si queremos analizar el mundo y descubrir en él la estructura lógica que posee de una manera más exacta, debemos acercarnos todo lo posible a los átomos lógicos y evitar la vaguedad. Es decir, que existen múltiples lenguajes más o menos precisos, como el de Alicia y el del Sombrerero, pero por encima de ellos se encuentra el lenguaje lógico de Russell que aspira a eliminar definitivamente la vaguedad por medio de la acotación lógica: la realidad está compuesta de hechos singulares, a los que les corresponde una única unidad lógica. Así se cumple la relación biunívoca entre el sistema representado y el sistema representativo, y esa relación es el significado. ¿En cuál de estos lenguajes está la verdad? Esta pregunta, en el planteamiento russelliano no tiene sentido. Lo verdadero es lo empíricamente demostrable, y la condición de posibilidad para la verificación empírica es la precisión, es decir, la relación con un solo hecho. Así mientras exista vaguedad en los sistemas lingüísticos, la pregunta por la verdad no tiene lugar. A la vez, no existe una demostración empírica totalmente exacta, porque siempre existe vaguedad en ella. Para Russell la lógica perfecta es un ideal celestial. Es una tendencia infinita que se aproxima infinitesimalmente a su objetivo, pero que nunca lo alcaza.
El inconveniente del planteamiento es su aproximación a la realidad y se verifica en la frase: “Hay menos vaguedad en la apariencia cercana que en la distante”. Regresemos con Alicia. ¿Cuál es el problema detrás de ambos relojes? El tiempo. ¿Entitativamente hablando, es “más tiempo” la hora del día, que el día del mes? No, ambos son tiempo. ¿Cuál de los dos relojes es más útil? Definitivamente el de Alicia, y el problema del positivismo es quedarse en este aspecto: el mundo es lo empírico, la apariencia. Debemos reducir los márgenes de error en las observaciones, para que éstos no influyan en los sistemas que representan la realidad. Más aún, debemos ajustar la realidad para que concuerde con el sistema lógico perfecto, que no admite vaguedad. ¿La consecuencia? El mundo es físico: un sistema de apariencias aisladas e incomunicadas, sin finalidad, porque se ha borrado su soporte metafísico. Solo interesa medir, porque esto es dominio. En la discusión entre Alicia y el Sombrerero: se identifica la entidad del tiempo con el reloj, porque es lo útil y, si solo interesa esto, entonces del tiempo solo nos sirve el dominio que alcancemos de él: los segundos, minutos y horas. Ya no es nuestra referencia del cambio y el crecimiento, del paso de la potencia al acto, ya que estos términos contienen demasiada vaguedad para Russell. Así, detrás de las penumbras se encuentra la realidad: la vaguedad de la lógica es la presencia de la entidad metafísica y de la totalidad de la verdad.