Agustín de Hipona: ocho tipos de mentira

Agustín de Hipona, Sobre la mentira, § XXV.

La mentira capital, y primera que hay que evitar, decididamente, es la mentira en materia religiosa. A esta mentira no se debe arrastrar a nadie bajo ningún concepto. La segunda es la que daña injustamente a alguno, de modo que daña a uno y a nadie aprovecha. La tercera es la que favorece a alguno pero perjudica a otro, cuando no se trata de inmundicia corporal. La cuarta es la que se comete por el simple placer de mentir y engañar, que es la mentira pura y simple. La quinta es la que pretende agradar con la conversación dulce. Evitadas y rechazadas todas estas mentiras totalmente, se sigue un sexto género, que es el que a nadie perjudica y a alguno le aprovecha como si uno, sabiendo dónde está el dinero que otro quiere robar injustamente, le dice al ladrón, mintiendo, que no lo sabe. La séptima es aquella que a nadie perjudica y aprovecha a alguno, excepto en el caso de que el juez le pregunte. Y es el caso del que miente para no entregar a un hombre al que se busca para matarlo. No se trata solo del justo e inocente, sino también del culpable, pues la disciplina cristiana es que no se desespere nunca de la corrección de nadie ni se le cierre nunca la puerta de la penitencia a nadie.

Hemos hablado ampliamente de estas dos clases de mentiras, que concitan gran controversia, y ya manifestamos nuestro parecer: Que los auténticos fieles y las personas virtuosas, varones y mujeres, las deben también evitar, de modo que soporten todas las incomodidades que con honradez y fortaleza es posible tolerar. La octava clase de mentira es la que a nadie perjudica y sirve para evitar que alguien sea mancillado en su cuerpo, al menos si se trata de la inmundicia que antes hemos recordado.

Pues, aunque los judíos pensaban que era una inmundicia comer sin lavar las manos (Cf. Mt 15,2.20), o si alguien llama a esto inmundicia, no se trata, sin embargo, de aquella que para evitarla se deba mentir. Otro tema es si se ha de mentir cuando se daña injustamente a alguien, aunque la mentira preserve al hombre de esa inmundicia, que todos detestan y aborrecen; es decir, si se puede mentir cuando se trata de una injuria efectiva aunque no pertenezca a esa clase de inmundicia de que ahora tratamos. Pues no se trata ya de la mentira, sino de si se puede injuriar a uno, aunque no sea mintiendo, con el fin de evitar a otro la consabida inmundicia. Eso no creo que pueda hacerse de ningún modo, aunque se trate de una injuria levísima, como la del robo del celemín de trigo del que antes hemos hablado, y aunque nos pregunten, con angustia, si no debemos hacerle a uno esa injuria si ésta puede defender y proteger a otro para que no sufra una violación. Pero, como he dicho, esta es otra cuestión.

Acerca de Martin Montoya

I am Professor of "Ethics", "Philosophical Anthropology", and "History of Contemporary Philosophy" at the University of Navarra, researching on practical philosophy.
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