Ugarte Corcuera, Francisco. 2004. Del resentimiento al perdón. Una puerta a la felicidad, Rialp: 58-59.
Dios nos ha hecho libres y, por tanto, capaces de amarle o de ofenderle mediante el pecado. Si optamos por ofenderle. Él nos puede perdonar si nos arrepentimos, pero ha establecido para ello una condición: que antes perdonemos nosotros al prójimo que nos haya agraviado. Así lo repetimos en la oración que Jesucristo nos enseñó: ‘Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Cabría preguntarnos por qué Dios condiciona su perdón a que nosotros perdonemos y, aún más, nos exige que perdonemos a nuestros enemigos incondicionalmente, es decir, aunque éstos no quieran rectificar. Lógicamente Dios no pretende dificultarnos el camino y siempre quiere lo mejor para nosotros. Él desea profundamente perdonarnos, pero su perdón no puede penetrar en nosotros si no modificamos nuestras disposiciones. ‘Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre’ (CIC, nº 2840). Dios respeta nuestra libre apertura para recibir su ayuda. Y la llave que abre el corazón para que el perdón divino pueda entrar es el acto de perdonar libremente a quién nos ha ofendido, no sólo alguna vez, aisladamente, sino incluso de manera reiterativa