Llano, Alejandro. 2013. Deseo y amor, Encuentro: 42-44.
La respuesta a la cuestión sobre el sentido del amor pasa por lo tanto a través de la purificación y la sanación de lo que quiero, requerida por el bien mismo que se quiere para el otro. Se debe ejercitar, entrenar, también corregir, para que este bien verdaderamente se pueda querer.
“El éxtasis inicial se traduce así en peregrinación (…). A través de ese camino, podrá profundizarse progresivamente, para el hombre el conocimiento de ese amor que había experimentado inicialmente. Y se irá perfilando cada vez más también el misterio que éste representa: ni siquiera la persona amada, de hecho, es capaz de saciar el deseo que alberga el corazón humano; es más, cuanto más auténtico es el amor por el otro, más deja que se entreabra el interrogante sobre su origen y su destino, sobre la posibilidad que tiene de durar para siempre. Así que la experiencia humana del amor tiene en sí un dinamismo que remite más allá de uno mismo; es experiencia de un bien que lleva a salir de sí y a encontrarse ante el misterio que envuelve a toda la existencia” [Benedicto XVI, Audiencia general, 7-XI-2012].
Se puede uno rebelar ante las trampas del deseo como forma de existir en el mundo. Pero no disponemos, al alcance de la mano, de la completa liberación de este tipo de autolimitaciones, porque tiene un carácter original que acompaña a la condición humana desde que alcanzamos memoria histórica. Tarea de la filosofía es desbrozar el terreno, aguzar nuestra capacidad de valoración para advertir que tales perversiones no se pueden corregir desde un plano exclusivamente desiderativo. Para rectificar y purificar el deseo, es preciso ir más allá del deseo.
Uno de los tratamientos más penetrantes y finos del deseo se encuentran en S. Kierkegaard. Me voy a fijar ahora en “Los estados eróticos inmediatos”, incluidos en Lo uno y lo otro (I). Como es bien sabido, el hilo temático es en este caso un comentario a la ópera Don Juan de Mozart.
En el Primer Estadio analizado por Kierkegaard, “el deseo no ha despertado aún, sino que se lo barrunta en la pesadumbre. En el deseo se está siempre lo deseado, que brota del deseo y se muestra como un turbio amanecer” [Kierkegaard, Soren, “Los estadios eróticos inmediatos”, en: O lo uno o lo otro. Un fragmento de vida I. Ed. Y trad de B. S Tajafuerte y D. González, Madrid, Trotta, 2006, p. 97.] El contenido más característico del deseo es lo sensual, que se aleja tras la bruma y vuelve a acercarse al reflejarse en ella. El tema del deseo, que enfoca como captado lo que aún no se posee, es decir, que constituye la presencia de algo ausente, se presta claramente a recibir la aplicación de la peculiar dialéctica kierkegaardiana. “El deseo posee aquello que será su objeto, pero lo posee sin haberlo deseado y, en este sentido, no lo posee” [Ibid.]. Se trata inicialmente de un anhelo tranquilo, de una melancolía ambigua y momentánea. Pero ya en este primer estadio está latente una profunda contradicción interna: no se posee aquello que más atrae.
En el Segundo Estadio, “el deseo despierta, y (…) así como uno se da cuenta de haber soñado sólo en el momento de despertarse, también aquí (…) ese despertar hace que el deseo despierte (…), separa el deseo y el objeto, da un objeto al deseo” [Kierkegaard, “Los estadios eróticos inmediatos”, ed. Cit., p. 101]. Semejante movimiento de lo sensual, ese estremecimiento, abre en un instante una fractura entre el deseo y el objeto, que aparece netamente, justo en su estado de ausencia. Cuando el deseo despierta, el objeto se sustrae, y la nostalgia se pone a vagar. El deseo consiste en hacer descubrimientos, pero al comienzo no está delimitado claramente como deseo. En el Primer Estadio, es un deseo que sueña; en el Segundo, un deseo que busca; y por fin en el Tercero, un deseo que desea.
En el Tercer Estadio, comparece la seducción y el deseo adquiere algo de insensato y perverso. Se trata ya del nivel propiamente erótico. Se configura claramente el genio de lo femenino que atrae a lo masculino y se deja atraer por ello. “Allí no se escucha otra cosa que las voces elementales de la pasión, las campanadas del placer y el ruido salvaje de la embriaguez, allí tan sólo se goza de un eterno tumulto” [Kierkegaard, “Los estadios eróticos inmediatos”, ed. Cit., p. 110]. En el Don Juan de Mozart se conjugan lo sensual y lo cómico, por la propia desmesura y el sinsentido de sus conquistas. “¿Cuál es entonces la fuerza con la que seduce Don Juan? Es el deseo, la energía del deseo sensual. Desea, en cada mujer, lo femenino en su totalidad, y en eso consiste el idealizante deseo sensual con el que embellece y al mismo tiempo vence a su presa. El deseo de esa pasión gigantesca embellece y desarrolla lo deseado que, ante su resplandor, se sonroja de intensa belleza” Kierkegaard, “Los estadios eróticos inmediatos”, ed. Cit., p. 118].