Spaemann, Robert. 2014. Meditaciones de un cristiano. Sobre los Salmos 1-51. Fernando Simón (tr.) BAC, Madrid: 62-63.
La gloria de la creación descansa en su «estar iluminada» (Gelichtetheit). Este «estar iluminada» se desarrolla entre dos polos: la luz y el ojo. De ambos nos habla el salmo [8, v. 4-5]: de la luz y sus lumbreras, y de los hombres. Ambos juntamente dan como resultado la representación de la gloria de Dios. ¿Qué sería la luz si no fuese vista, y que sería el ojo si no hubiese que ver? El salmista se asombra aquí de la paradoja. El hombre es lo más alto de la creación, pero no es una obviedad ni se desprende de una mera observación de la realidad. El cosmos, las lumbreras del cielo son más imponentes, duraderas y poderosas que el hombre. Frente a ellas el hombre es nada, una imagen efímera altamente frágil, una combinación pasajera de elementos cósmicos en los que vuelve a disolverse. De ahí la interrogación de asombro: «¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?». Este ser débil, que medido con parámetros cósmicos, no merece consideración alguna, está puesto «un poco por debajo de los ángeles» -«por debajo de Dios», según el texto original. A él, y no a las estrellas, corresponden las nociones que originalmente expresan la esencia de Dios: gloria y honor. ¿Por qué? El mismo salmista pregunta: ¿por qué? Pero en la pregunta se encuentra ya la respuesta. La posición del hombre en el cosmos no es un factum fundamentado ni susceptible de fundamentación cósmico-natural (…). Tiene su fundamento en que «Dios se ha acordado de él». La espiritualidad del hombre no es mera consecuencia de las combinaciones químicas.