Pieper, Josef. 2010. Las virtudes fundamentales. Rialp, 8va edición: 17-18.
La esencia del moralismo, tenido por muchos por una doctrina especialmente cristiana, consiste en que disgrega el ser y el deber; predica un «deber» sin observar y marcar la correlación de este deber con el ser. Sin embargo, el núcleo y la finalidad propia de la doctrina de la prudencia estriba precisamente en demostrar la necesidad de esta conexión entre el deber y el ser, pues en el acto de la prudencia, el deber viene determinado por el ser. El moralismo dice: el bien es el deber, porque es el deber. La doctrina de la prudencia, por el contrario, dice: el bien es aquello que está conforme con la realidad. Es importante observar claramente la conexión íntima que aquí resalta entre el moralismo «cristiano» y el voluntariado moderno. Las dos doctrinas tienen un parentesco bastante más acusado de lo que a primera vista parece y aún puede indicarse aquí un tercer parentesco «práctico» o «actual». El fondo de equidad y objetividad de la doctrina clásica de la prudencia encontró su expresión en la frase magníficamente sencilla de la Edad Media: «sabio es el hombre a quien las cosas le parecen tal como realmente son» (…). Un hombre al que las cosas no le parecen lo que son, sino que nunca se percata más que de sí mismo porque únicamente mira hacia sí, no solo ha perdido la posibilidad de ser justo (y poseer todas las virtudes morales en general), sino también la salud del alma. [Es una] «falta de objetividad» egocéntrica.