Alfred J. Ayer: emotivismo contra los «animales metafísicos»

Mac Cumhaill, Clare, y Wiseman, Rachael. 2024. Animales metafísicos, Anagrama: 130-131.

MacKinnon empieza diciendo que el positivismo lógico se presenta a sí mismo como una tesis sobre lógica y significado, pero que contiene una implícita y peligrosa «doctrina del hombre»[1]. Si el cuidadoso empirismo lógico del Círculo de Viena aspiraba a ser democrático y colocar el conocimiento más allá de las garras del mito autoritario o la superstición prejuiciosa, el manifiesto de Ayer extrae de esa fuente una visión de los seres humanos «como eficientes máquinas calculadoras»[2] y convierte la racionalidad humana en objeto de la manipulación de símbolos más que en el ejercicio de capacidades que, cuando se emplean sabiamente, conducen a una auténtica comprensión. Según MacKinnon, bajo la amenaza de la nueva arma -«No entiendo»-, el animal humano está «subordinado a la ciencia» y forzado a renunciar no solo a su moral, sino también a su curiosidad connatural, su verdadera esencia. «No voy a negar que me he visto cada vez más obligado a adoptar esa concepción de la norma de madurez como base del juicio ético», había dicho a un público de teólogos en enero de 1941. Esa tarea, reconoció, conllevaba una «dificultad tremenda»[3].

Luego, de pie ahora, esboza para Philippa su visión de la filosofía. El filósofo debe aprender a pensar históricamente, le dice, y en su cabeza resuena el primer encuentro, siendo todavía un estudiante con la Filosofía de la historia de R. G. Collingwood[4]. Nuestras indagaciones no están aisladas de la historia ni de nosotros. Las causas históricas indican a la atención intelectual una dirección particular[5]; cada filosofía debe preguntarse por la medida en que su situación y su condición históricas determinan su trabajo y los principios que informan su modo de proceder[6]. La filosofía, prosigue el profesor, es una expresión y una señal de la dignidad humana. Un ser humano es un animal, y su naturaleza -su esencia- se expresa en su curiosidad y su imaginación. Los animales humanos hablan y formulan preguntas acerca de la bondad y la belleza, el significado y la verdad; incluso las crías de la especie lo hacen. Los niños son por naturaleza inquisitivos: «¿Cómo sabríamos que tú eres yo?», había pensando Philippa. «¿Los baños y los techos no son más que constelaciones de apariencias?», se preguntaba Mary. «¿Por qué?», cuestionaba Elizabeth. MacKinnon insiste: ¿qué queda si dejamos a los animales humanos, como hace el totalitarismo, sin la capacidad y la oportunidad de formular preguntas metafísicas? Cinismo, escepticismo, miedo. Mera animalidad. (Su cabeza de oso se vuelve hacia Philippa cuando hace una pausa para que la idea germine).

Los seres humanos son animales metafísicos, propone, todavía sin estar seguro de lo que eso significa[7]. Los animales metafísicos necesitan hablar de lo trascendente, del espíritu humano y el infinito, pero Ayer había declarado que ese discurso era un sinsentido. ¿Cómo liberarse? Tal vez empleando los conceptos analógicamente, sugiere, y nutriéndose del trabajo de los teólogos católicos. Según santo Tomás de Aquino, es posible que, por medio de la analogía, los seres humanos hablen de los atributos de Dios y los comprendan. Sabemos qué significa para un humano ser bueno, crear o ser prudente. Hablamos de la bondad de Dios, de Su creación, por analogía, trasponiendo al infinito conceptos que se emplean en el ámbito de lo finito[8]. «¿Podemos adoptar esa estructura?», pregunta el profesor, y se deja caer en el otro sillón.


[1] MacKinnon, «And the Son of Man that Thou Visitest Him», parte 2, p. 264. Véase también Donald M. MacKinnon, A Study in Ethical Theory, A. & C. Black, Londres, 1957, p. 15.

[2] MacKinnon, «And the Son of Man that Thou Visitest Him», parte 2, p. 264.

[3] Donald M. MacKinnon, «Revelation and Social Justice» (1941), en Philosophy and the Burden of Theological Honesty, ed. De John McDowell, T & T Clark, Londres, 2011, p. 145.

[4] Andrew Bowyer, Donald MacKinnon’s Moral Realism: To Perceive Tragedy Without the Loss of Hope (Edimburgo, T & T Clark, 2015), p. 185, nota al pie 770.

[5] Donald M. MacKinnon, «And the Son of Man that Thou Visitest Him», Christendom 8, septiembre de 1938 y diciembre de 1938 (1938), parte 1, p. 187, nota al pie 2.

[6] Donald M. MacKinnon, «The Function of Philosophy in Education» (1941), Philosophy and the Burden of Theological Honesty, p. 11.

[7] Ibid., p. 14.

[8] Véase, por ejemplo, Eric Lionel Mascall, «The Doctrine of Analogy», Cross Currents 1:4 (1951). Véase también Emmet, The Nature of Metaphysical Thinking.

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About Martin Montoya

I am Professor of Ethics, Philosophical Anthropology, and History of Contemporary Philosophy at the University of Navarra, researching on practical philosophy.
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