Claves para la comprensión del «emotivismo» en Alasdair MacIntyre

Montoya Camacho, Jorge Martín y Gimémez Amaya, José Manuel. 2021. Encubrimiento y verdad: algunos rasgos diagnósticos de la sociedad actual, EUNSA: 101-104.

¿Cómo definiríamos emotivismo? Nuestro autor lo ha hecho, en el contexto de la filosofía moral, de la siguiente manera:

Por cultura moral emotivista entiendo una forma de cultura en la que los que hacen afirmaciones morales creen que están apelando a algún tipo de norma moral independiente de sus propias preferencias y sentimientos, aun cuando, de hecho, no exista el tipo concreto de norma moral a la que están apelando y, por consiguiente, se limitan exclusivamente a expresar sus propias experiencias y sentimientos de forma enmascarada[1].

El emotivismo implica la renuncia, como poco selectiva, a toda moralidad. Se pretende, en el fondo, que todos los juicios morales sean la expresión de inclinaciones personales. Por lo tanto, implica afirmar que no existe la moralidad objetiva. No pueden establecerse criterios que sean universalmente válidos para todos, a diferencia de lo que ocurre con el método científico-experimental[2]. Es claro que hay un poso de engaño hacia la verdad en la corriente emotivista. Pero este engaño está disfrazado. Y es paradójico al mismo tiempo, como se comprueba en el siguiente texto del médico y escritor José Alberto Palma:

De hecho, muchas de las situaciones que se dan en nuestra sociedad resultan paradójicas: por un lado, se promueven leyes a favor de la integración de las personas con síndrome de Down, mientras que, por otro, se apoya su eliminación mediante el aborto; por un lado, se persiguen la pederastia y la violación, pero se ven con buenos ojos la promiscuidad y las relaciones sexuales tempranas como signo de libertad. Por un lado, se prohíbe el consumo de drogas, mientras que, por otro, se amparan y se ven con simpatía los movimientos a favor de la legalización de estas[3].

Es claro que poner de manifiesto la importancia del emotivismo en la sociedad moderna ha sido uno de los grandes logros de Alasdair MacIntyre en el análisis de la filosofía moral de la modernidad[4]. Para nuestro autor, quien descubre que sus afirmaciones morales han incurrido en el error emotivista puede moverse en una de las dos direcciones siguientes.

En primer lugar, puede preguntarse si el error reside en que la naturaleza de las normas morales objetivas ha sido mal comprendida por la cultura en la que vive. En este caso es posible concluir que existen normas morales independientes de las preferencias y sentimientos individuales, pero que son muy diferentes de aquellas a las que se apela de un modo llamativo desde el propio ambiente cultural en que vive el individuo.

(…)

La otra dirección posible que nos señala Alasdair MacIntyre es razonar que no hay ningún género de normas morales objetivas, y que las afirmaciones morales enunciadas por un individuo son, en realidad, expresiones de puntos de vista heterogéneos.

El pensador británico señala con agudeza que el gran problema al que estamos asistiendo en la cultura moral contemporánea es un estancamiento que no lleva a ninguna de las direcciones apuntadas, y a esto también lo llama emotivismo. En sus propias palabras se percibe la finura de su argumentación:

Quien llegara a percibir que lo que se considera una apelación a normas independientes no es de hecho sino una expresión disfrazada de preferencias individuales, pero siguiera, no obstante, actuando como si ello no fuera así, estaría contribuyendo a sostener una moralidad que es fragmento de «decepción institucionalizada». Al hacer un diagnóstico de la cultura moral contemporánea como cultura emotivista, trataba de explicar los peligros que esta actitud encierra[5].

Sin embargo, el emotivismo muestra también una parte de engaño, de algo que se borra y que puede condicionar –de forma siniestra– nuestro futuro. De algún modo, nos oculta la verdad sobre nosotros mismos. Los siguientes dos textos del profesor Alasdair MacIntyre, referidos especialmente a la Ilustración, reflejan esta idea tan sugerente:

Merece la pena, por tanto, preguntar si la Ilustración no habrá́ contribuido de un segundo modo a nuestra condición presente; no solo por lo que sus logros al propagar sus doctrinas distintivas hayan efectuado, sino también por lo que ha conseguido ocultar de nuestra vida[6].

Aquello en que la Ilustración nos ha cegado en gran parte, y que ahora tenemos que recuperar es, a mi juicio, una concepción de la investigación racional tal como se incorpora en una tradición, una concepción según la cual los criterios mismos de la justificación racional surgen y forman parte de una historia, en la que estos –los criterios– están justificados por el modo en que trascienden las limitaciones y proporcionan los remedios para los defectos de sus predecesores en la historia de la propia tradición[7].

Finalmente, un aspecto conclusivo a reflexionar sería sobre el efecto social del emotivismo. Seguimos también a Alasdair MacIntyre que nos dice:

¿Cuál es la clave del contenido social del emotivismo? De hecho, el emotivismo entraña dejar de lado cualquier distinción auténtica entre relaciones sociales manipuladoras y no manipuladoras […].

Los juicios de valor en el fondo no pueden ser tomados sino como expresiones de mis propios sentimientos y actitudes, tendentes a transformar los sentimientos y actitudes de otros. No puedo apelar en verdad a criterios impersonales, porque no existen criterios impersonales. Yo puedo creer que lo hago y quizá otros crean que lo hago, pero tales pensamientos siempre estarán equivocados. La única realidad que distingue el discurso moral es la tentativa de una voluntad de poner de su lado las actitudes, sentimientos, preferencias y elecciones de otro. Los otros son siempre medios, nunca fines[8].

Queda por contestar a la cuestión de cómo explicar que puedan convivir, en el mismo plano del pensamiento y de la acción, el conocimiento experimental como única fuente de acceso a la realidad y el subjetivismo emotivista. No es un tema fácil, y de ahí que hayamos querido que la primera parte del título de nuestro libro se llame Encubrimiento y verdad. Hay algo de ocultamiento y ceguera en el mundo en que vivimos. Dejar de ver es ceguera, pero también lo es no darse cuenta de aspectos contradictorios que pueden configurar el conocimiento, afectos, sentimientos, emociones, deseos, y acciones de los seres humanos.


[1] Yepes Stork, R., «Después de Tras la virtud: entrevista a Alasdair MacIntyre», Atlántida, 4 (1990), p. 90.

[2] Cfr. Espinosa, T. A., Alasdair MacIntyre: ética contextualizada, Caracas: Monteávila, 2000, p. 46.

[3] Palma, J. A., El médico escéptico: errores graves y menos graves sobre la salud y la vida sana, Madrid: LibrosLibres, 2010, p. 167.

[4] Seguimos en todo este razonamiento a: cfr. Giménez Amaya, J. M., La universidad en el proyecto sapiencial de Alasdair MacIntyre, Pamplona: EUNSA, 2020, pp. 72-79, 80, 150-151.

[5] Yepes Stork, R., «Después de…», p. 90.

[6] MacIntyre, A., Justicia y racionalidad: conceptos y contextos, Pamplona: Ediciones Internacionales Universitarias, S. A., 1994, p. 23. La cursiva es nuestra. Esa idea de ocultamiento y de engaño es especialmente iluminante y, en nuestra opinión, algo muy novedoso introducido por este filósofo moral.

[7] Ibíd., p. 24.

[8] Íd., Tras la virtud, Barcelona: Crítica, 1987, pp. 40-41.

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About Martin Montoya

I am Professor of Ethics, Philosophical Anthropology, and History of Contemporary Philosophy at the University of Navarra, researching on practical philosophy.
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