El tiempo moderno: alta velocidad e intempestiva frenada

Köhler, Andrea. 2018. El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera, Libros del Asteroide, Horizonte de espectativas: Vacaciones en la granja.

Reventar todos los continuos del desarrollo e interrumpir el flujo del tiempo es una de las señas de identidad de la modernidad. Vivimos en un modo encendido-apagado que ha eliminado en gran medida los elementos más importantes de los ritmos naturales. Repetición y variación, ampliación y surgimiento repentino, en pocas palabras: esos intervalos que dan a la vida una melodía han mutado en factores perturbadores. Mientras la gran ciudad fraccionaba el movimiento continuo en discontinuidades, la era de la información ha impuesto una forma de percepción en la que no se registra la evolución. Lo curioso es que nos sigue extrañando. Pues aunque hayamos adaptado en parte nuestro equipo sensorial al tempo acelerado, los sentimientos conservan su lentitud. Como recalcaba en sus obras el gran cronista de las velocidades de la sensación, Alexander Kluge, los sentimientos son los «partisanos» que desordenan de manera decisiva el funcionamiento de las instituciones y maquinarias, y constituyen el antiquísimo inventario que nos sirve de brújula. Y es que el nacimiento de los nuevos medios de comunicación marcó la hora de la falsa sensación. «Ya solo queda un tipo de seriedad en el alma moderna. La que se presta a las noticias que trae la prensa o el telégrafo. Aprovechar el instante y, para sacarle el máximo provecho, juzgarlo lo más rápidamente que se pueda», observa Friedrich Nietzsche en sus Consideraciones intempestivas. Para Walter Benjamin «el escritor de folletines, el reportero, el gacetillero representan un clímax en el que la espera, el “preparados, listos”, con el consiguiente “ya”, va primando frente a otros logros». Donde la espera pasa al estadio de la alerta notoria, el intercambio es sustituido por la información, y esta por la sensación. Y de este modo «la novedad, brevedad, inteligibilidad y, ante todo, la incoherencia de las diversas noticias entre sí ya se ocupan de aislar la información de toda experiencia». Ya el año 1896, Henri Bergson explicó en Matière et Mémoire que toda percepción del pasado se perpetúa en el presente, es decir, requiere duración. La percepción ocurre en un lapso de tiempo preciso. Pero con la llegada de los medios de comunicación de masas, nuestro aparato sensorial se ha adaptado a esa fluctuación entre sensaciones puntuales en la que muchas veces resulta difícil distinguir lo importante de lo trivial. Dejamos de percibir el mundo en sí para percibir noticias sobre él. Dicho con ese deje irónico que adopta Luhmann en su Ilustración sociológica, el mundo ya solo se nos presenta como negación: «Ya no nos las tenemos que ver con el mundo en su totalidad, sino con noticias. El mundo mismo resulta real únicamente en las noticias, como contingencia, y eso encierra una triple negación: la de que los acontecimientos que se transmiten no deberían haber ocurrido; la de que no habrían de haber sido comunicados, y la de que no hace falta conocerlos (incluso a veces no lo hacemos, como por ejemplo en las vacaciones)». Desde el advenimiento de internet posiblemente es algo más difícil dejar de seguirlas durante las vacaciones. Pero aún es cierto que el principio de selección de la sensación garantiza ese «aislamiento frente a toda experiencia» de la que hablara Benjamin. El sociólogo Hartmut Rosa ha acuñado para ello la bonita expresión de las «deslizantes laderas». Se trata aquí de una estructura social en la que «la tendencia a la aceleración […] urge a sujetos, organizaciones y gobiernos a una situatividad reactiva que sustituye a la dirección que da forma a la vida individual y colectiva». Esto crea una situación en la que la continuidad de pasado, presente y futuro se rompe de tal forma que la vida «se convierte en el espacio estático de una fatalista inmovilidad, donde una rápida sucesión de episodios esconde el regreso de lo idéntico. En este espacio la conformación carece literalmente de sentido». Pues el propósito de guiar nuestra vida presupone que podamos aprovechar nuestras experiencias y que las circunstancias que nos rodean tengan una duración que nos permita comprender sus procesos de cambio y controlarlas en alguna medida. Si las opciones adquieren rasgos totalitarios y una opción cancela la otra, la realidad se disuelve finalmente en expectativas que no se cumplen, bien porque es demasiado pronto o demasiado tarde. Pero el ser humano mejora los motores al tiempo que refuerza los dispositivos de frenado. Y, así, aunque la vida sigue acelerándose, nuestras lentitudes se infiltran por otros lados.

Acerca de Martin Montoya

I am Professor of "Ethics", "Philosophical Anthropology", and "History of Contemporary Philosophy" at the University of Navarra, researching on practical philosophy.
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