Reflexiones en torno al Ordo Amoris de Max Scheler

La fenomenología de los valores encarnados

La Axiología de Max Scheler plantea una fenomenología de los valores, estableciendo unas pautas que es importante recordar para introducirnos en el concepto del Ordo Amoris:

  1. Existen cualidades de valor que se encuentran encarnadas en los objetos, las personas, las acciones y en sin número de hechos, por eso G. E. More las llama no-naturales. Lo característico de ellas es que nos hacen a los objeto que las encarnan, atractivos o repulsivos.
  2. Estas cualidades de valor provocan o reclaman una respuesta afectiva por parte del sujeto, y éste siente ese reclamo como proveniente de las cosas. Las cualidades de valor son intrínsecas a los objetos valiosos.
  3. Al tener objetividad, esos valores son susceptibles de ser considerados teóricamente. Por tanto las leyes axiológicas los rigen, sea cual sea la situación fáctica del mundo, en cuanto a la existencia de bienes y males (los valores son perennes sin importar las circunstancias ni los sujetos, objetos, hechos o acciones que los encarnen).
  4. Los valores son matices últimos que hay que descubrir: no son susceptibles de definición, sino que solo cabe describirlos y señalarlos.
  5. Estas cualidades de valor son lo primero que se nos da en un objeto, pero no desde una disposición cognoscitiva, sino desde una primacía del sentir. Puede valorarse algo, sentir su valor, sin conocer intelectualmente las propiedades de las cosas (los depositarios de valor) en las que se funda su valor. Por lo tanto, deben existir ciertas disposiciones o propiedades del objeto para que se nos otorgue su valor.
  6. Si existen ciertas disposiciones en el objeto (reconocibles en un segundo momento por vía cognoscitiva), gracias a las cuales se percibe su valor, el sujeto debe tener también unas ciertas disposiciones para captar el valor real (y como hemos visto objetivo) que las cualidades de valor otorgan a dicho objeto.
  7. Podemos indicar que las cualidades de valor son percibidas por el sujeto, de acuerdo a las disposiciones que tiene, y por lo tanto, de acuerdo a las cualidades de valor que él mismo encarna. Estos valores encarnados en el sujeto, se reflejan para los otros sujetos como cualidades de valor que son sentidas y vuelven al primer sujeto atractivo o repulsivo.
  8. Sin embargo, la fuerza objetiva de los valores se ve en qué estos son valiosos porque son convenientes para el sujeto, y no se debe considerar que su valor depende de la conveniencia del sujeto. Los valores son objetivos en sí, y no por el sujeto que los siente: Existe una escala de valores justa.

Amor y Ordo Amoris

Las acciones del sujeto son producto de las disposiciones a los valores que éste tiene. Una persona será más valiosa en cuanto presente un orden de estos valores cada vez más justo. Así, el núcleo fundamental del ethos de un sujeto es estriba en su Ordo Amoris, en el orden que preside su amor. En definitiva, Scheler habla del Ordo Amoris en tres sentidos:

  1. Como orden objetivo de los valores considerados en sí mismos, sobre todo en lo referente a su diferente rango, lo que hace a unos más valiosos que otros.
  2. Como orden objetivo de los valores pero en cuanto conocidos sentimentalmente por el hombre. Conocidos a través de los peculiares sentimientos intencionales de valor. Esta jerarquía luego es ofrecida como pauta a la voluntad, que produce los actos de preferir y postergar. Esta etapa, junto con la primera, determinan el sentido normativo del Ordo Amoris.
  3. Como expresión de este orden jerárquico, pero en cuanto entrañado efectivamente en el querer el hombre, inspirando de hecho su conducta (sentido descriptivo): es la descripción significativa de la jerarquía del sujeto. Es decir, la conducta del sujeto es expresión significativa de su Ordo Amoris

De este modo, el Ordo Amoris es el orden jerárquico de los valores. Como objetividad, hace referencia a la jerarquía real de valores que se encuentra encarnada en los diferentes objetos, sujetos, acciones o hechos. Como subjetividad, hace referencia a una escala de valores conocida sentimentalmente por el sujeto, presentada a la voluntad, la cual se adhiere libremente a ella. Lo importante de esta adhesión de la voluntad, radica en que ésta provocará determinadas disposiciones en el sujeto, que a su vez reflejarán el Ordo Amoris que encarna, y que en definitiva lo llevará en convertirse en un modelo para los demás. Por este motivo, Scheler considera que el último sentido del Ordo Amoris constituye el núcleo central del ethos de un hombre o una colectividad humana. Así, todo el obrar moral humano nace de un amor fundamental, que se pluraliza en una infinidad de cosas, las cuales son ordenadas según el orden de importancia de éstas. El hombre valdrá, lo mismo que su Ordo Amoris personal, encarnado.

El amor fundamental, que se encuentra en la base de la estructuración del Ordo Amoris del sujeto, es lo propio del ser humano. Éste, antes de ser ens cogitans o ens volens, es ens amans. El amor no guarda relación con el conocimiento. Amar no es juzgar. Es decir, no amamos un objeto porque lo juzgamos mejor que otro. Esto implicaría el conocimiento previo del objeto para despertar el amor. Por lo tanto, el amor no puede depender de la preferencia, porque es libre y creador. Es la tendencia que trata de conducir cada cosa a la perfección que le es peculiar. El amor tiende a elevar al amado y eleva al mismo tiempo al amante. Sin embargo, éste no puede dirigirse a las cosas, sino a las personas. El amor revela su verdadero valor en la persona amada. No ama lo bueno, sino a la persona amada.

Dados los siguientes textos ¿Es posible que el Ordo Amoris que encarna el sujeto no le permita el reconocimiento del Ordo Amoris justo?

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Para evitar el determinismo se debe diferenciar correctamente el destino, la determinación individual y el entorno del sujeto. También se debe tener claro que el capricho por el bien finito no es lo mismo que los límites del Ordo Amoris del sujeto, ni a la mera limitación de las cosas buenas que de hecho ejemplifican el dominio de valores accesibles para él. Aunque el horizonte de compresión de lo valores que se encuentran en el entorno dependen del Ordo Amoris del sujeto, el Amor personal, como tendencia hacia la perfección, permite el dinamismo del Ordo Amoris personal hasta llevarlo a un orden justo. Además, el Ordo Amoris en su aspecto normativo, a pesar que se forja en el destino, debe pasar lo la libre aceptación de la determinación individual, que es “una entidad valorativa, de suyo intemporal, bajo la forma de personalidad” que no se impone al sujeto por el espíritu, sino que la revela él mismo en el progresar de su vida (Cfr. p. 36).

Pregunta: ¿Qué puede impedir que el Ordo Amoris tenga una jerarquización justa? ¿Es posible que el hombre se equivoque al establecer la configuración de su ethos?

Sí. Sin embargo dicho problema no es de carácter cognoscitivo, ni tampoco se encuentra en la capacidad del conocimiento sentimental, sino en la irrupción de factores distorsionantes de dicho conocimiento, como son los afectos u otras pasiones. Scheler indica que una actitud de satisfacción plena por un objeto finito, es la forma más general de la destrucción y trastorno del Ordo Amoris: es un encaprichamiento, vocablo que designa de manera plástica la seducción que el bien finito ejerce sobre el núcleo rector de la persona, así como el carácter delirante de tal comportamiento. Este capricho convierte el objeto finito en un idolo, y la actitud en una idolatría, el reemplazo de lo absoluto por un bien relativo.

El establecimiento de una relación entre las cualidades de valor (que siempre se dan encarnadas) y los depositarios de dicho valor (que posibilitan la encarnación de dichos valores), es una vía de solución para hablar de un ethos que no sea meramente nominal. De este modo, por vía de la determinación libre de la voluntad (la determinación individual) que se adhiere a los valores encarnados que observa, éste va modificando sus propias disposiciones de encarnar dichos valores, estableciendo su propio Ordo Amoris que es la descripción significativa de su ethos.

El reconocimiento de los depositarios de valor, es decir el hombre mismo, es obra del conocimiento intelectual, pero su modificación solo es efecto de la dinámica: amor – conocimiento sentimental de las cualidades de valor – adhesión libre de la voluntad. La encarnación del Ordo Amoris del sujeto amante incluye, por su íntima unión, la modificación real de los depositarios de valor, es decir, del hombre mismo, como unidad espíritu-cuerpo.

Recordemos que el amor solo puede dirigirse a personas. La interrupción de esta dinámica que tiende a la unificación del amante con el amado, solo puede darse si las disposiciones del amante no son lo suficientemente acordes con un Ordo Amoris justo, que permita la perfecta unión. Es decir, el sujeto amante, que ama pero no del todo, no posee un Ordo Amoris perfecto. Es más, la perfección del Ordo Amoris, como ethos personal, solo se da si la jerarquía de valores encarnados permite el amor a las personas. Sería más un orden de valores dirigido al amor justo, que un orden de amores. Esto es matizable si se sabe que el amor posee una complejidad que se ha expuesto en el Cuadro de Vivencias.

La persona en Scheler es el ser más profundo que ama, se arrepiente. Vive en un cuerpo espacio temporal, es un “yo” que se mezcla con sus estados anímicos, conciente de ser un cuerpo vivo. En espíritu, la persona puede cambiar en una decisión, pero es a través del lento penetrar de dicha decisión en el cuerpo de la persona, como la nueva encarnación o modificación del Ordo Amoris se completa. De esta manera el sujeto solo puede obrar de acuerdo al Ordo Amoris que tiene. Y lo tiene porque lo ha ido forjando, modificando sus “depositarios de valor”, de acuerdo con los actos emocionales de preferir y postergar. El discernimiento de los valores reales se realiza sobre un sujeto, objeto, hecho o acción que los encarne. Pero como el máximo valor solo se puede establecer en fin de cuentas en una persona, al parecer, la única forma de encontrar el Ordo Amoris más alto, y por tanto real y justo, es encontrar al modelo más alto que lo pueda encarnar, en Dios mismo.

La pugna por la adquisición del Ordo Amoris justo en el hombre se aprecia cuando se dice sobre los caracteres amables de las cosas, creados por Dios: “el amor humano no los crea y acuña (…). No hace otra cosa sino reconocer sus exigencias objetivas y someterse a la jerarquización de esos caracteres, que se hallan en su esencia, que existe en sí misma, pero además, “para” el hombre. Solamente por esto existe un amor calificado de justo y falso, porque los actos de amor y las inclinaciones efectivas del hombre pueden coincidir o estar en pugna con el orden objetivo de los caracteres amables, pueden sentirse y saberse unos o separados y contrapuestos con el amor con que Dios amaba ya la idea del mundo y su contenido antes de crearlo, y con el amor con que lo conserva en cada segundo” (p. 47).

Libertad y Ordo Amoris

La consecuencia es que el Ordo Amoris no es una estructura inmodificable, hay un fundamento de libertad para el sujeto que encarna los valores, posibilitado precisamente por su dimensión espacio-temporal. Sin embargo, Scheler nos ha indicado que el destino no posee libertad de la esfera electiva, ¿qué significa esta afirmación?

El destino es la coincidencia entre el mundo y el hombre. Es la unicidad del sentido del curso de su vida, que expresa la unión esencial e individual del carácter humano y el acontecer. Es una coincidencia independiente del querer del hombre, pero que a la vez no se puede dar sin ese querer. Es lo que le pasa al hombre, pero al sujeto concreto, en sus circunstancias particulares. Por lo tanto no puede existir un destino único, no es un determinismo fatalista, común para todos los hombres. Depende del carácter de cada uno y de las disposiciones que tiene en la formación de su propio Ordo Amoris. Por lo tanto, el mundo actúa sobre el hombre forjándole un destino que, al coincidir o no en su escala valorativa, forja el Ordo Amoris del sujeto. Por lo tanto, al parecer, el destino del hombre solo es observable mirando al pasado.

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Sin embargo, como veremos en el texto siguiente, la determinación individual se desarrolla hacia el futuro, porque expresa su papel en el plan de salvación del mundo. Se conoce como algo dado. Así como el destino de un hombre es comprobable mirando al pasado, produciendo una configuración de su Ordo Amoris presente, la determinación individual establecerá el lugar del hombre en el mundo, la tarea de su empeño futuro. Solo así se le puede juzgar y medir moralmente al sujeto de modo completo: teniendo presente normas universales (lo que se ha de cumplir), con las circunstancias concretas en las que lo ha de cumplir. Esto es precisamente lo que determina la exigencia de su ahora.

Se ve claro cómo es que la determinación individual y el destino difieren. También cómo es que puede existir una pugna entre el destino y la determinación individual. Si estimamos el destino como una proyección de los frutos de las acciones del pasado, este puede ser coincidente o no con la determinación individual, con su papel real (justo) en el mundo. Por eso el hombre puede escapar del fatalismo. La necesidad del pasado que forja un destino, y establece un Ordo Amoris por las decisiones del sujeto, es diferente de la decisión del sujeto de adherirse a su determinación individual: puede adherirse a ella, o por el contrario rechazarla.

Así, no es que el destino no puede elegirse libremente, simplemente que la elección no se enfoca sobre el destino, sino sobre la determinación individual. Las esferas de elección son determinadas por el destino, pero a su vez, del destino brota la vida del hombre y el pueblo, del contenido temporal anterior. El destino se reconoce cognostivamente y este sentido se fija, y determina nuestra elección presente. Forja el Ordo Amoris del sujeto en el presente.

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Bibliografía

Scheler, M. Ordo Amoris. Palacios, Juan Miguel (Ed.), Zubiri, Xavier (Trad.). Caparrós Editores. Madrid 1996.

Diccionario de Filosofía. Gonzales, Angel Luis (Ed.). EUNSA. Pamplona 2010.

Colomer, E. El pensamiento alemán de Kant a Heidegger. Tomo III. Biblioteca Herder. Barcelona 1990.