Ciencia, diseño y la explicación de la libertad humana

La compatibilidad entre la acción de Dios en el mundo y la independencia de la causalidad de las leyes naturales, es un tema que atraviesa la historia del pensamiento, especialmente de la filosofía. La comprensión de esta cuestión no es sencilla. Por un lado se tiene la explicación que la Ciencia otorga a los fenómenos experimentales. La generalización interpretativa de una secuencia fenoménica, se realiza sobre hechos empíricos. Dicha observación da lugar a la formulación de las leyes naturales, pero éstas no parecen poseer mayor necesidad o regularidad que la que le puede otorgar la validez de una hipótesis. Por otro lado, tenemos la explicación de la Teología. Esta ciencia, cuyo objeto es la Revelación otorgada por Dios a los hombres, se presenta como el máximo grado de necesidad racional: Dios es el ser necesario y sus acciones son inmutables. La Ciencia explica causas contingentes y la Teología hace referencia al actuar inmutable de Dios. Esta divergencia de objetos y la búsqueda de una explicación a la totalidad de los fenómenos que surgen, en y alrededor del hombre, nos lleva a plantearnos una serie de interrogantes: ¿cómo es posible una compatibilidad entre ambos argumentos? ¿Puede alguna de las dos ciencias dar una explicación total al asunto? ¿Cómo expresar la acción de Dios en el mundo? ¿Dios actúa en el mundo físico, o éste es totalmente independiente de su Creador? Si hay una independencia, ¿cómo explicar la continuidad de instante creador y permanencia del mundo? ¿Hay un diseño o todo es producto del azar? ¿Cómo se limitan esta dos posturas? Las preguntas pueden ser infinitas. Las últimas publicaciones del Cardenal austriaco Christoph Schönborn y del físico norteamericano Stephen M. Barr, nos llevan a un terreno específico de esta discusión: el debate del Intelligent Design contra el neodarwinismo. La discusión de Schönborn y Barr, sobretodo la respuesta de éste último, se encuentra en los planos epistemológico y metafísico.

Tratemos primero de abordar la cuestión desde los argumentos que parecen estar a favor del Intelligent Design. En su artículo publicado en el New York Times, el 7 de julio de 2005, el Cardenal Schönborn realiza una serie de afirmaciones que nos pueden llevar a pensar en una defensa de ésta teoría. Esta suposición es confirmada por Stephen Barr, en su artículo publicado en First Things, en octubre de ese mismo año. El principal argumento a favor de esta interpretación, es el ataque de Schönborn al neodarwinismo, teoría que se asume totalmente opuesta al Intelligent Design. En dicha publicación, usando muchas veces palabras de Juan Pablo II y Benedicto XVI, el Cardenal realiza su ataque en base a los siguientes argumentos: 1) El concepto que tiene el neodarwinismo sobre la evolución se basa en procesos no guiados, ni planeados cuyos mecanismos se explican por variación aleatoria (process of random variation) y selección natural. Esta noción de evolución neodarwinista es usada por la totalidad de los biólogos; 2) La afirmación de procesos no guiados o aleatorios, es contraria a la luz de la razón del intelecto humano, el cual puede real y claramente discernir un propósito y diseño en el mundo natural: la observación del cosmos nos lleva a la admiración, por la interna finalidad que se aprecia en él. Esta finalidad es un término filosófico, sinónimo de causa, propósito o diseño; 3) La afirmación de un Dios Creador se opone al poder del azar (power of chance) o a un poder propio de los mecanismos de la materia. Una afirmación de dichos poderes lleva a la aceptación de unos efectos sin causa, lo que llevaría a la abdicación de la inteligencia, que es una refutación al pensamiento y la solución de los problemas; 4) La existencia de un Dios Creador puede ser conocida con certeza a través de sus obras. Dios ha creado el mundo a través de su Sabiduría, y no es el producto de cualquier necesidad, fatalidad ciega o azar. Por el contrario, no existe un proceso de evolución sin guía, que escape a los límites de la divina Providencia. Por ese motivo, no somos el resultado de un producto de una evolución casual y sin sentido. Cada ser humano es el resultado del pensamiento de Dios. Cada uno es deseado, amado y necesario. De este modo, podemos observar que los argumentos del Cardenal Schönborn, parecen estar a favor de la teoría del diseño inteligente. No indica explícitamente ninguna referencia a sistemas de complejidad irreductible, en la línea de Michael Behe. Sin embargo, su afirmación sobre la igualdad de significados de causa, finalidad y diseño; junto con la posibilidad de inferir un diseño a partir de las obras de Dios, nos lleva a concluir que en el artículo de Schönborn, se hace un uso de la inferencia de diseño (de William Dembski) para llegar al diseñador, que sería Dios. Aunque el Intelligent Design no afirma explícitamente que el diseñador sea Dios, su confusión de planos explicativos –científico y metafísico–, lleva a dejar abierta esta posibilidad.

La crítica del físico Stephen M. Barr se dirige a los problemas epistemológicos que tienen las afirmaciones del Cardenal Schönborn. Entre las principales críticas del norteamericano a los argumentos del austriaco, se puede indicar: Schönborn no realiza un uso correcto del término técnico aleatoriedad (randomness) y comete una confusión de planos al introducir en las ciencias términos que indican intencionalidad (unplanned, unguided). Además, la identificación del neodarwinismo en su versión materialista con la totalidad de los biólogos es una afirmación injustificada. Esta última aserción de Barr nos puede dar una pista de su postura frente al Intelligent Design y al neodarwinismo. En varios pasajes de su artículo, el físico norteamericano nos indica que la afirmación del diseño inteligente no está necesariamente reñida con una correcta interpretación de la aleatoriedad. Además, afirma que el neodarwinismo materialista no tiene pruebas concluyentes para refutar una correcta noción de finalidad. Lo importante para Barr es respetar los planos explicativos, que difieren tanto para la Ciencias, como para la Teología. La interpretación de un Theological Intelligent Design, que introduzca términos tales como unplanned y unguided, en la explicación del neodarwinismo, comete los mismos errores que éste último. Tanto el neodarwinismo como el diseño inteligente, en sus posiciones radicales, fallan en la misma confusión de planos. Por un lado el neodarwinismo niega toda intencionalidad en el mundo material, como resultado de una concepción atea y materialista. De este modo, se busca que el caos, el azar o el fatalismo sean la clave de lectura de todos los fenómenos vitales, incluidos los que derivan del psiquismo humano y los que sobrepasan este plano. Por otro lado, el Intelligent Design, en su pretensión radical de contrarrestar el neodarwinismo, implica una intencionalidad que puede llevar a confundir Providencia con acción directa de Dios en el mundo. La problemática no se encuentra en dicha afirmación, sino en una interpretación de la misma en clave de causalidad física. Afirmando esto último, tampoco se puede escapar del fatalismo: la acción de Dios se extendería a todos los eventos del universo. Todo evento físico, hasta el más diminuto movimiento de la materia estaría determinado por Dios. La libertad humana carecería de sentido.

Como lo explica Barr, la noción de aleatoriedad es un concepto estadístico. El termino randomness no establece un caos casual, ni una carencia de guía. Esta afirmación es una negación de intencionalidad, y como tal negación sobrepasa el plano de lo científico. La aleatoriedad estadística indica incapacidad de poder establecer una correlación entre los datos, o los fenómenos que se presentan en la experiencia. Negar que los datos provengan de otro proceso racionalmente más amplio, trazado, con una finalidad o intencionalidad, es tan poco válido en una teoría científica, como la afirmación del mismo. Por lo tanto la condena del Cardenal Schönborn al término randomness, como si éste indicara fatalismo, carece de sentido tanto como la condena que los neodarwinistas hacen de la intencionalidad, para negar a un Dios Creador.

Estamos de acuerdo con Barr cuando indica: “de acuerdo con el entendimiento Católico (…), la verdadera contingencia en el orden creado no es incompatible con una intención en la causalidad divina. La causalidad divina y la causalidad creada difieren radicalmente de tipo y no solo de grado”. Esta afirmación de Barr es importante para el entendimiento de la diferencia metafísica entre causa primera y causas segundas. La causa primera no difiere de la segunda en cuanto a una contigüidad temporal, como a una especie de precedencia causal in fieri. Cuando se habla metafísicamente de causa primera, se indica una causalidad del ser de las cosas. Su orden es trascendental, es la causa que le da el ser a las causas segundas, a las causas del mundo físico. Por eso, la causalidad primera difiere radicalmente: le da el ser a la misma causalidad física. La causalidad del orden predicamental, físico o in fieri, es causalidad creada y en cuanto tal se mantiene en el ser por acción de la causa primera. Este es un modo de explicar la acción de Dios en el mundo, como causa primera, que lleva a respetar la libertad del hombre y a entender una adecuada relación de autonomía y dependencia del mundo con respecto a su Creador. Como lo sugiere el Cardenal Schönborn, el hombre puede alcanzar el entendimiento de esta causa primera por medio de la razón, pero esto solo es posible a través de una ampliación racional, que va más allá de lo fenoménico. El intelecto humano puede aprehender la secuencia fenoménica e identificar racionalmente la causalidad física, pero solo puede alcanzar afirmar el nivel trascendental de la causa primera, a través del uso de la razón que sea metafísico. La inferencia del diseño al diseñador, llevado a la relación Mundo y Dios, es una reducción de planos. Un salto ilegítimo que no alcanza el nivel trascendental. Sin este nivel comunicador de Ciencias y Teología, ambas posturas pueden parecer contradictorias, más aún si tenemos en cuenta, como bien lo indica Barr, que somos seres espirituales. La necesidad del hombre de alcanzar una plenitud, y de poder dar explicación a los fenómenos de su vida, le llevan a rechazar las soluciones que contravengan su libertad. De este modo, la Metafísica se convierte en el puente que comunica el espacio que separa la Ciencia de la Teología. Los une, a la vez que respeta los objetos de cada una y sus respectivos planos explicativos.